Reflexión: Gaza, Europa y la trampa de la neutralidad
May 23, 2025

A veces da la impresión de que el mundo se acostumbró a mirar el horror con distancia, como si al repetirlo tantas veces, perdiera su filo. Otra guerra, otro bombardeo, otra cifra inabarcable de muertos. Pero esta vez, algo cruje un poco más fuerte. No solo por las imágenes que llegan desde Gaza, tan insoportables como necesarias, sino porque Europa —ese espacio que tantas veces se define por sus valores— empieza a enfrentarse a sus propias contradicciones.
Mientras condena los ataques, firma contratos. Mientras pide paz, envía armas. Y no lo digo con sorna, lo digo con el desconcierto de quien aún quiere creer que hay principios que no se negocian. Josep Borrell, uno de los voceros más lúcidos (y a la vez más frustrados) de la diplomacia europea, fue directo: “La mitad de las bombas que caen en Gaza están fabricadas en Europa”. ¿Qué hacemos con eso?
La neutralidad, en estos contextos, no es prudencia. Es complicidad pasiva. Y no es una frase para provocar, es un diagnóstico institucional. Porque cuando las bombas matan niños, familias enteras, trabajadores humanitarios, periodistas, ¿de qué sirve seguir hablando de “proporcionalidad”? ¿Quién pone la vara?
Yo no soy alguien extremo. Me niego a pensar la política internacional en términos binarios. Sé que Israel tiene derecho a defenderse. Y sé que jamás voy a justificar al terrorismo. Pero hay algo profundamente desbalanceado cuando el dolor de unos se vuelve argumento y el de otros solo estadística.
La pregunta que me hago —desde este rincón incómodo entre el periodismo, la opinión y la angustia— es si no estamos siendo testigos de una fractura moral. Porque el relato de Occidente se tambalea cuando sus acciones lo desmienten. ¿Cómo vamos a defender los derechos humanos en Ucrania y hacer silencio en Palestina? ¿Cómo vamos a hablar de libertad, si sólo la defendemos cuando conviene?
Tal vez la verdadera crisis no sea geopolítica, sino de coherencia. Tal vez lo que nos interpela no sea solo lo que está pasando allá, sino lo que estamos eligiendo no ver acá.
Y mientras tanto, los muertos se apilan. Las infancias se pierden. Las ruinas se multiplican. Y nosotros seguimos buscando explicaciones que nos libren de culpa. Como si entender el horror fuera más urgente que detenerlo.
No sé si hay una salida clara. No sé si sancionar a Israel cambia la historia o la empeora. Pero sí sé que callar —otra vez— no puede ser una opción.
Quizás el sentido de todo esto, si es que lo tiene, no aparezca ahora. Tal vez aparezca después, cuando contemos los escombros y midamos el silencio. O quizás no aparezca nunca. Y también eso debería dolernos.
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