Esta vez los lapachos y palos borrachos florecieron juntos en otoño. Todxs nos asombramos de sus flores, tanto brillo y resplandor en un calor inusitado a estas alturas del año. Rozagantes de unos líquidos pegajosos que se te quedaban como bolitas chorreadas en la ropa. A nadie le importó lavar cuatro veces cada pedazo de tela porque adornaban la ciudad con sus rosados violacios amarillos. Qué extraña sensación que ambos árboles brinden tal espectáculo de manera contemporánea, se comentaba en las veredas menos concurridas. La gente no parece ávida de palabras cuando las urgencias aparecen, mejor seguir caminando con los adoquines medios sueltos pero llegar, antes que frenarte a mirar qué tiene la quebradura. De urgencias y otras yerbas. A las 2 semanas del fenómeno, las flores de ambos árboles comenzaron a estirarse, desperesarse como si hubiesen dormido durante siglos. Los pétalos bostezaban sin boca, estiraban sus delicados manteles sobres las ramas ásperas y miraban de reojo a quien las mirara. Lentamente sacó cada una 3 pies con 3 dedos que estaban encajados en el tronco. Se descubrían unos talones más frágiles que el de Aquiles, pero cuando saltaban hacia el suelo las sostenían, un estruendo atroz y bailaban. Tomadas de sus pétalos, bailaban. En el aire y luego bajaban al suelo para serpentear enun charco y volver a volar. A algunas personas empezó a disgustarle que disfrutaran tanto e insultaban. Luego comenzaron a patearlas si se les cruzaban en el caminar silencioso de repente ruidoso por tanta fiesta de clorofila. Pero qué flores de mierda! Ya me tiene harto esos cantos todo el día toda la noche. Siempre me pareció fastidioso el fastidio. A mi justo me gustaba una mujer que luego de unos besos decidió que no le gustaban y me corrió la cara. Ella decía que porqué no mejor besaba una de esas flores a lo que respondía que me sentiría como besar a mi gata. Lo haría con mucha ternura en un cachete o en la punta de su cabeza pero no de la misma manera que la besaba a ella, que a mi me enamoraban las presencias de la gente no las imagenes y que por eso no me importaba lo que al resto sí. No me entendió y en cambio besó ella a una flor de lapacho amarilla como el sol. El polen se le pegó en los labios y se extendió por todo el cuerpo: se encogió hasta convertirse ella misma en una flor. Qué maldición es ésta! Algo en mi interior al verla se tranquilizó indescifrablemente. Su presencia ahora flor era la misma que me habia enamorado antes. Cómo bailaba y disfrutaba alrededor de los otros pétalos me embelesó, sólo pude quedarme mirando tal luz. Ese mismo rato, ya al anochecer volvieron al árbol pero mezcladas: algunos lapachos en los palos borrachos y visceversa. Me quedé contemplando la ceremonia procesión, quería tanto que siguieran. Tanta gente se enojó por el espectaculo gratuito que nunca pude entender de qué se trataba realmente el enojo. O si, pero me parecía tan humana la reacción que hice caso omiso. Volví a casa sabiendo que un amor había amado a una flor y que había disfrutado lo que yo no, con la certeza de saberme viva, agradeciendo haber espectado tal vibración de vida.
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Rocío Giménez Ferradás
Hola! Soy dibujante pero las palabras son un jardin en el que refugio el pensar
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