Realidad a la deriva

Realidad a la deriva

Quizá no buscamos realidad, sino verdad, certezas que confirmen ese sentimiento por el cual estamos atemorizados a tener que afrontar, envueltos en el miedo de aceptar que estamos amando, que aquella cosa que nos parecía casi imposible sentir se hace presente y de la manera más sincera y espontánea.

Quizá la sinceridad está escondida en su pelo, en sus manos, las cuales mueve con rapidez si se presenta aquel nerviosismo en el ambiente, en su manía de gesticular cada palabra simple que sale de su boca, capaz encuentre la sinceridad en su manera de dormir sobre mi pecho por las noches que reclaman abrazos repletos de estrellas.

Estrellas que apreciamos sin saber que están muertas, que hace miles de años no emiten ninguna señal, pero así continúan brillando y dejándonos el placer de nombrarlas de diversas formas, por qué, ¿A quién no le han regalado una estrella alguna vez?, miramos al cielo buscando nuestra estrella, sin saber que quizá al otro lado del Pacífico hay alguien más mirando hacia la misma, la cual le regalaron hace años, explicando cómo forma parte de alguna constelación.

Constelación que pende de un hilo, que insinúa opacarse con tu brillo, brillo infinito que se une al universo recorriendo la vía láctea, rozando cada meteorito que amenaza con terminar su existencia, evitando satélites que rodean aquel perímetro de soledad, queriendo romperlo.

Aceptemos que se rompa, demos lugar a la soledad inevitable que quiere penetrar en uno. Quizá no necesito de un abrazo constante ni de una caricia agonizante para sobrevivir. Quizá puedo pasar una tarde sin compañía.

Quizá puedo ser mi propio acompañante.

Aprender a estar solo es probablemente mucho más difícil que compartir el espacio propio con alguien más. Escuchar el sonido del silencio, acompañado del ambiente e intentar no caer en la tentación absurda de pensar y pensar en temas inquietantes que no ayudan a la soledad a adaptarse.