—Castro.
—¿Sí?
—Sabes el motivo por el cual te mandé llamar.
—Ni idea.
—¿Seguro?
—Si es por lo de las botellas vacías de vodka en el baño, son de Jorge. Y, si no me cree, dígale que trate de caminar en línea recta.
—No es por eso. Tengo el honor de decirte que eres el empleado del mes. Felicidades.
—Pero somos dos personas y no hemos vendido nada.
—Eso no tiene importancia. Al dueño le ha gustado tu desempeño y te va a ascender.
—¿Qué? ¿Usted no era el dueño?
—No, ojalá. En su debido tiempo lo conocerás, siempre y cuando te sigas esforzando.
—¿Y qué tengo que hacer ahora?
—Eres el encargado de piso y vas a hacer las entregas.
—¿Hacemos entregas?
—Claro, todo el tiempo. ¿Por qué?
—Es que siempre veo que nada más llegan cajas, pero nunca se van.
—Es porque eres poco observador. No le tomes importancia a eso por el momento; el chiste es que has sido ascendido y vas a ganar un poco más de dinero. Es más, tu primera entrega la vas a hacer hoy. Aquí está la dirección.
—No entiendo lo que está pasando. ¿Qué he hecho de bueno?
—Castro, limítate a sentirte feliz y a realizar tu trabajo. El tóner ya está preparado y esperándote en la bodega.
Me levanto del asiento bastante confundido. El gerente me observa y una sonrisa invade su rostro, como si disfrutara de esto; me da escalofríos.
Tóner para máquina copiadora R09881234
Complejo Industrial Libertadores
Nave núm. 23
Referencia: Ana Ortiz.
Voy hacia la bodega para buscar el tóner. Los pasillos están fríos. Una pequeña caja de cartón está parada en medio de la bodega, con una luz justo encima de ella. La tomo entre mis manos y reviso el número de serie: coincide. Diminutos ojos me observan en la oscuridad.
Ya en la tienda, veo a Jorge recargado sobre una copiadora Xerox. Sostiene en su mano derecha un vaso desechable del cual sale vapor.
—¿Qué estás tomando?
—Café.
—¿Dónde lo compraste?
—Lo agarré de la máquina de café.
—¿Cuál máquina?
—La que puso el gerente ahorita en la mañana. Está junto a la caja registradora. Según él, es un premio por nuestro desempeño. El cafecito no está mal, y te lo digo porque yo trabajé en un Starbucks y sé distinguir el café barato del bueno.
—¿No te parece raro?
—¿Raro qué?
—La máquina de café, y que hace rato me acaban de ascender. Resulta que ahorita tengo que hacer una entrega. ¿Cuándo fregados hemos hecho entregas?
—Ah, sí. Me dijo el gerente en la mañana. Eres un bastardo: vas a ganar más que yo. Por lo que le entendí, estábamos en un período de prueba y aprobamos. Yo voy a ser el encargado de almacén.
—Lo dices con tanta tranquilidad… Hay algo que no me gusta nada.
—No seas paranoico. Es algo que hacen en muchas empresas. Alguna vez trabajé en una tienda de ropa en la que hicieron lo mismo. Resulta que contrataban personas para hacerse pasar por clientes molestos; su meta era sacar de quicio a los vendedores. En la semana que hicieron eso despidieron a seis empleados, incluyéndome. Te digo, es normal. Creo que le llaman calidad de servicio. Tranquilízate y tómate un café, está bueno, en serio.
Me acerco a la dichosa máquina de café y la observo con detenimiento. Está nueva. El plástico negro brilla. Al lado de ella hay un bote de aluminio con una etiqueta que dice “Café”, y nada más. No tiene marca ni fecha de caducidad: solo café en medio de aquel brillo metalizado.
—Por cierto, aquí están las llaves.
—¿Cuáles llaves?
—Las de la camioneta. ¿Pues cómo crees que ibas a hacer la entrega? ¿Caminando? Cuando acabó de instalar la cafetera, me dijo que te las diera. Te va a dar risa, pero me dijo que ibas a poner cara de asustado y, al parecer, no se equivocó. Tranquilízate, ¿quieres? Aprovecha que vas a salir a pasear un rato. A mí me esperan dos semanas de inventario.
Nissan Estaquitas 1998, color blanco, con la leyenda en la puerta del conductor: Orión, copiadoras y refacciones. ¿Desde cuándo tenemos una jodida camioneta para entregas? Todo esto me sabe a cliché, a ficción. Las cosas no mejoran así de la noche a la mañana. El mundo no es así.
Manejé alrededor de una hora por la zona industrial, buscando la nave que marcaba la tarjeta que me dio el gerente. Incluso les pedí ayuda a unos obreros que estaban fumando en el estacionamiento para empleados de Dupont. No supieron darme razón de la nave número 23. Recorrí aquella zona a cinco kilómetros por hora; apenas tocaba el acelerador, observando, buscando entre las bodegas y casetas de vigilancia. Traté de comunicarme con el gerente para confirmar la dirección, pero jamás me contestó.
Ya iban a dar las seis de la tarde cuando hice un último intento y le pregunté a un vigilante que encontré caminando por una larga avenida que conecta las bodegas de autos nuevos.
—Me parece que le dieron mal la dirección, joven, o le tomaron el pelo. Aquí no hay ninguna nave 23. La numeración de las bodegas, naves y ensambladoras se maneja siempre con un cero al inicio —se recargó sobre el marco de la ventana del conductor y me señaló una nave enorme que tenía el logotipo de Chrysler—. Por decir, esa es la nave 034. ¿No ha probado con la 023?
Le di las gracias e inmediatamente me dirigí a buscar la nave 023.
019: una bodega de llantas.
020: Ikea.
021: Truper.
022: una bodega en renta.
023: un pedazo de terreno baldío, rodeado con alambre de púas y con un letrero enorme que decía:
EN VENTA
Tel. 8937-1234
El letrero tenía a una mujer voluptuosa, de cabello negro, en un diminuto bikini amarillo. Sus enormes pechos caían sobre el texto principal. Su rostro sugerente se veía afectado por rayas de óxido que descendían verticales e irregulares. La nave 023 no existe; solo existe un rincón donde la libido se muere ahogada en óxido.
Y ahora estoy aquí, en un autoservicio, comiendo un hot dog con una Coca-Cola, tratando de sobrellevar el enojo. Intento de nuevo llamar al gerente. Ya está anocheciendo.
—El número al que está llamando no existe…
—El número al que está llamando no existe…
—El número al que está llamando no existe…
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