era un día soleado de verano cuando decidí regresar al pueblo donde crecí y viví los mejores años de mi vida. después de años de vivir en aquella ciudad tan bulliciosa, las calles llenas de ruido y las luces brillantes parecían ajenas a mis recuerdos. el viaje fue largo, pero la emoción de volver a ver aquel lugar que había sido mi hogar de niña me mantenía alerta, con el corazón a mil. mamá, que siempre había hablado con cariño de aquellos días, no dejaba de sonreír mientras observaba el paisaje pasar rápidamente por la ventana del autobús. quizás ella era la más emocionada de volver a la casa que me vio crecer.
al llegar, el aire fresco y el aroma a tierra mojada me envolvieron como un abrazo cálido que no sabía que necesitaba. el pueblo no había cambiado tanto, aunque ciertos detalles parecían más pequeños o distantes. la iglesia en la plaza, el árbol gigantesco frente a la casa de la abuela, las calles de piedra que crujían bajo nuestros pasos... todo estaba allí, intacto, esperando.
nos dirigimos a la casa de la abuela, que aún guardaba la esencia de su calidez. las paredes, aunque un poco desgastadas, hablaban de tantas historias vividas. en ellas aún se encontraban líneas de crayón color rosa pintadas, mismas que fueron marcando mi altura conforme pasaban los años. mamá, con su tono suave, empezó a contarme anécdotas de mi infancia, de cuando corría descalza por los pasillos siendo perseguida por yoko, nuestro antiguo perro, o cómo mi abuela siempre me regañaba cuando no quería acabarme el plato de lentejas que había servido para mí. incluso el gato de la vecina, misifus, me saludaba desde su lugar encima de la cerca de madera. ese gato tendría ya unos trece años y permanecía igual de ágil que siempre.
paseamos por el campo, donde las flores silvestres cubrían el terreno. el sonido de las aves y el viento moviendo las ramas de los árboles parecía cantar una canción que solo nosotras dos parecíamos entender. pasamos por la vieja cabaña en la que solía esconderme a jugar con una chiquilla despeinada que se había hecho mi amiga, su mamá trabajaba vendiendo verdura en el mercado y desde que la conocí nos volvimos inseparables. claro, hasta que entré a la universidad y acabé mudándome. ¿qué será de ella? ¿se habrá ido también?
a medida que el sol se ponía, la nostalgia invadía el aire. volver al pueblo con mamá no solo fue un regreso físico, sino un viaje emocional hacia las raíces de quienes somos. mientras el día se despedía, supe que en ese lugar, por más que el tiempo pasara, siempre encontraría un pedazo de mi corazón.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión