Te infiltraste en las fisuras de mi pecho como óxido en hueso expuesto, y sellaste cada grieta con besos que sabían a hierro.
Tu estaca no atravesó mi corazón: la sembraste en mis venas, donde echó raíces, donde floreció dolor. El oxígeno huyó como un cobarde, y yo me atraganté con mi propia sangre mientras tú, parásito divino, buscabas asilo en las ruinas cálidas de mi mente.
Deslizaste tus manos sobre mi piel mientras el amanecer me drenaba como a un animal herido. Me hiciste creer que el metal carmesí que laceraba tu lengua era algo digno de devoción.
Ahora estás incrustado en mí, como un eco tóxico que me calcina desde adentro.
Vete.
Vete de aquí.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión