Ra.
No pronuncio tu nombre.
Ni el mío basta para alcanzarte.
Tu barca cruza cielos
rojos, negros, inciertos.
Atrás, la serpiente se enrosca
sobre su propia ausencia.
Ra. Isis conoció tu secreto.
Y aun así
seguís solo.
Cada rayo que das es un filo que corta
el aire y los cuerpos, pero también tu carne invisible.
Ra.
La luz que sostienes
es tu condena.
El calor que nos envuelve
te deja frío.
Si alguna vez tu nombre se dijera,
el mundo temblaría.
Y vos también.
Ra.
Incluso los dioses conocen
el abandono.
Incluso la eternidad
tiene grietas.
Silencio.
Y la barca sigue,
atravesando cielos
que no preguntan
y no esperan.
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