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Quizás, estamos todos un poco muertos

Mar 16, 2025

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Quizás, estamos todos un poco muertos
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Rara vez sucede, uno pensaría desde la estadística más intuitiva, que palabras ajenas llenen un hueco propio. Lo descubran, aunque parcialmente, dejando entrever cuan profunda puede ser la miseria. Cuando terminé de devorar los rotos de Alaíde Ventura Medina, sentí un poco el espejo de la angustia. Palabras como el silencio, la envidia, la culpa, tienen un peso que pocas veces logra trasmitirse, a mí parecer, con una exactitud tan cruda como veo logrado en estos párrafos. Tanto que me vi llorando en una noche solitaria y sin poder soltarlo, con lectura incansable, revolviendo la memoria emotiva de mis propias tragedias. Mis propios pedazos, en una bolsa negra, donde curiosamente no hay muchas fotos.

El primer hallazgo fue el reflejo entremezclado que me devolvían ambos hermanos en las descripciones. Sus actos, sus pensamientos. Me veía en ambos. A veces sucede, no todo es lineal. Diría que, mejor ejemplificado por ella cuando relata su hipótesis del triángulo, nada lo es. Vivimos solos o entre tribus, que por más pequeña que sean, rara vez son únicamente dos. Parafraseando a la autora en uno de sus pasajes, dice, que "solamente quién ha vivido con una persona silenciosa entiende de qué manera el silencio puede llenar los espacios, apropiarse de ellos. El silencio es un vacío, pero pesa". Me pregunto, si a mí familia le habrá pesado mí presencia. Aún hoy, viviendo lejos, creo que debe pesarles. Aunque no me lo digan, al menos directamente. Lo que no tengo claro es si les pesará más que a mí, que cada vez más, lo siento como un baúl atado a mí espalda, que parece nunca terminar de llenarse.

Dice también, que es "la neblina que cubre el mundo. Empaña la vista. Ahoga." Diría que muchas veces también asfixia. Agrega, "es un cansancio compartido y transmisible." Solo leer esto me dan ganas de salir corriendo a pedirles perdón. A todos los que se cargan innecesariamente de mí silencio. Y por sobre todo a mí misma, por no dejar de acumularlo. Si queda algo por adicionar a esta definición, a mí parecer y como humilde usuaria de la muerte parcial del habla, es que el silencio prolongado es inevitable. Se nutre del laberinto, pero también sabemos quiénes lo habitamos, que ese sendero no tiene final. Es un camino circular, como el espejo que se menciona. No solo nos vemos reflejados entre nosotros eternamente y a través de nuestros afectos, sino que entramos en tierra mojada. No solo avanzamos lento, también nos enterramos rápido.

Ver a alguien y no saber cómo ayudarlo. Muchas veces incluso lastimarlo, por acción u omisión. Sin darse cuenta, por ignorancia. Sabiendo que se rompe el otro o se rompe uno. Quizás en el fondo, de tanto romperte para armar a otros, solamente se busca un respiro. Soltar ligeramente la soga del cuidado. Dejar que un vaso se rompa, a expensas de que la mesa conserve la última pata. Cuando todos estamos rotos, hay que negociar. Eso trae culpa. Quedarse sin sostén, también. Al final, no se puede escapar de ella. Cómo bien se desliza en varios pasajes, es una enfermedad intrínseca de la rotura. La envidia, diría, es casi una extensión de esta. Puesto que lo más envidiado es la idealización de nosotros mismos tomando las decisiones que creemos habrían sido las correctas, en una realidad alterada y simplificada, agregaría infantil, de lo que fue nuestra historia. Envidia a lo que no fuimos, culpa por no haberlo sido. Todo se vuelve una neblina confusa y pastosa, como Alaíde describe al silencio.

El miedo a que tu hermano se muera, para los que tenemos la dicha de tenerlos, ha de ser el peor de los terrores. Remarca, en varias ocasiones, que los hermanos comparten haber vivido una misma guerra. Y es cierto. Venímos de la misma trinchera, que es la infancia. La que da respuestas a mucho de lo que somos hoy. El motivo por el que nos parecemos tanto, aún en las grandes diferencias. Miramos al mundo a través del mismo dolor. Una herida compartida. Alegrías cómplices. Recuerdos que, aunque perdidos, rara vez desaparecen. El rezago se expresa en multiplicidad de formas, y casi siempre termina en risa o estalla en llanto. Incluso las tantas veces que la explosión sucede internamente, como un volcán, donde las cenizas que se esparcen fuera lo hacen en silencio.

Volvemos una y otra vez a la ausencia. Soledad como ausencia de especies. Silencio como ausencia del habla. La prueba de que estamos vivos.

Quizás, será, que estamos todos un poco muertos.

Eliana Marina

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