Hay ausencias que no dejan de pesar, aunque los días se acumulen y todos digan que el tiempo lo acomoda todo.
La tuya es así.
Irremplazable, obstinada, tatuada en cada rincón de mi memoria.
A veces cierro los ojos y me imagino otra vida, uno de esos universos paralelos donde lo nuestro sí pudo florecer sin interrupciones.
Allí me esperas en la cocina con tu risa llena de luz, o caminamos bajo un cielo que nunca nos apaga.
En ese lugar inventado no hay silencios incómodos, ni llantos a escondidas.
Allí, lo que aquí fue pérdida, allá es eternidad.
Me gusta creer que en ese otro mundo te cuento mis logros y tus ojos brillan de orgullo.
Que me abrazas sin prisa, como si el tiempo no existiera.
Que te admiro con la misma intensidad con la que aquí te extraño.
Es un sueño suave, un refugio al que me escapo cuando la realidad se vuelve insoportable.
Pero entonces despierto.
Y el calendario me recuerda este 3 de agosto.
El día en que la vida decidió arrebatarme tu risa, dejando un hueco que ningún abrazo puede llenar.
Desde entonces, camino con la mitad de mí buscándote.
No hablo de un amor cualquiera.
No hablo de alguien que llegó y se fue.
Hablo de ti.
De la única presencia que me dio raíces y alas al mismo tiempo.
Del único ser que jamás podrá reemplazarse.
Si cierro los ojos con fuerza, casi puedo sentir tus manos sobre las mías, como si nunca te hubieras ido.
Y me convenzo de que en algún lugar aún me esperas, con esa paciencia infinita que siempre tuviste.
Quizá allá estamos viviendo la vida que nos robaron aquí.
Y mientras tanto, yo te sigo nombrando en silencio, para que no me olvides.
- D. Duality -
Carta II a mamá
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