“Quisiera vivir sólo de la intensidad del instante.” - Alejandra Pizarnik

“Quisiera vivir sólo de la intensidad del instante”, escribió Alejandra Pizarnik, y en esa frase breve y honda condensó un anhelo que, en ciertos momentos, parece volverse universal. No vivir del recuerdo, ni de la planificación, ni de la necesidad constante de proyectar. No vivir corriendo detrás del futuro ni editando lo que ya fue. Vivir, simplemente, desde el presente absoluto, desde eso que está ocurriendo ahora con toda su carga emocional, con su pulso, con su verdad.

Y sin embargo, qué lejos estamos de eso. La vida tal como la habitamos —la que nos enseñaron a sostener, a construir, a ordenar— no nos permite demorarnos demasiado en lo que sucede. Hay una exigencia tácita de estar siempre pensando en lo que viene. Ser responsables, productivos, eficientes. Resolver, anticipar, rendir. Y mientras tanto, lo que está pasando frente a nuestros ojos —eso que sentimos, lo que nos conmueve, lo que nos cuestiona— se nos escurre entre los dedos.

Pero Pizarnik no hablaba de cualquier instante. Hablaba de la intensidad. Esa forma de estar que nos obliga a abrir los sentidos. De mirar de verdad. De escuchar de verdad. De sentir aunque duela, aunque incomode, aunque rompa. No es una propuesta cómoda. Es un llamado a habitar el presente sin escapismo. A permitir que la vida nos atraviese sin necesidad de explicarla ni traducirla de inmediato en utilidad.

Hay algo profundamente valiente en desear eso. En querer una vida que no se acumule, que no se mida en resultados ni en validaciones, sino que se experimente. Que se sienta. Que se viva con el alma expuesta.

Tal vez no sea posible vivir siempre desde ahí. Tal vez el mundo tal como está no lo permite del todo. Pero cada vez que nos detenemos un momento, que respiramos con atención, que nos dejamos afectar por algo sin querer resolverlo enseguida, nos acercamos un poco a esa intensidad. Y en ese gesto, en esa entrega —aunque sea breve, aunque sea frágil— hay algo de la vida que vuelve a latir con fuerza. Algo que, por un segundo, nos recuerda quiénes somos debajo de todo lo demás.