Todo lo que veía en sus ojos tenía un aura particular, no hablo de una particularidad amorosa, sino más bien apacible
Notaba un gesto conocido hace muchos años, conocido quizás en otra vida; donde yo era ese insecto invasor que no para de dar vueltas hasta que uno pierde la tranquilidad.
Reconocía además, más que un gesto, identificaba un movimiento defensivo armado con la palabra justa para derribar todo lo que, en su mundo, significaba peligro.
Aún asi me acercaba, utópica, quimérica y sostenía falsamente en mi pecho, como en una cajita, una indiferencia ridícula -falsamente digo porque no podemos negar lo que el corazón susurra, aunque la mente combata sin parar con esa voz-.
Me permití entonces, un dia, abrir esa caja que tanto ocultaba y de repente, sin haberlo previsto, se escapan de mi control las emociones más hostiles en nombre de un amor propio.
Y me pregunto, en un destello de lucidez, ¿amor propio? el amor nunca es propio, pienso.
En esa misma lucidez, finalmente libero -en forma de palabras- la ilusión que con vergüenza escondía en mi pecho, la suelto también de mis manos y camino sin mirar si la recogió o fue simplemente pisoteada.
Confieso que caminar sin girar a verte fue mi primer acto de valentía.
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