¿Quién vota a la ultraderecha? Una crítica a la mistificación del voto y a las descolonización de las masas populares
Jul 6, 2025

Introducción: cuando la pregunta esconde una acusación
La pregunta "¿cómo puede ser que los sectores más pobres votan a la ultraderecha?" se ha vuelto habitual en ciertos espacios progresistas, especialmente en contextos de crisis políticas profundas. Sin embargo, lejos de constituir un interrogante inocente, esta formulación encierra una crítica velada a los votantes, como si el problema político pudiera reducirse a una "mala elección" por parte de los sectores vulnerables.
Este ensayo propone desarmar dicha construcción desde tres ejes: una crítica a la mistificación del voto, un análisis de las condiciones estructurales que producen hegemonía política, y una desarticulación de la falsa dicotomia entre izquierda y derecha en el marco del capitalismo global.
Este texto parte de una certeza: no se puede culpar a los sectores populares por el ascenso de figuras de ultraderecha. En vez de juzgar al votante, hay que mirar con lupa a quienes financian, diseñan y posicionan esos liderazgos en el escenario global. Porque la política real no se juega en las urnas, sino en las tramas de poder invisibles que las preceden.
2.El concepto de "ultraderecha" y su ambigüedad estratégica
El uso del término "ultraderecha" se ha expandido al punto de volverse un significante vacío. Se lo aplica tanto a propuestas explícitamente autoritarias como a plataformas neoliberales con retórica anti-establishment. Esta ambigüedad no es causal: permite etiquetar como "irracional" o "peligroso" a todo lo que no se alinee con los valores progresistas, sin analizar sus causas ni su eficacia simbólica. Además, invisibiliza el modo en que estos liderazgos emergen de dispositivos de producción cultural, financiera y mediática sostenidos por poderes concentrados, tanto locales como transnacionales. La ultraderecha, lejos de ser una invención popular, responde a una ingeniería estratégica sofisticada.
3.La desafección popular como síntoma del fracaso progresista
Responsabilizar a los sectores populares por su voto implica negar los fracasos de quienes se presentan como sus representantes naturales. En muchos casos, los partidos de izquierda o progresistas se alejaron del territorio, del lenguaje popular y de las emociones colectivas, refugiándose en tecnicismos, corrección política o discursos abstractos. La desconexión entre las élites ilustradas y las experiencias concretas de la vida en los márgenes genera una desafección lógica: ya no se cree en los discursos que prometen justicia social desde una posición paternalista o culpógena. El voto a opciones radicales -incluso regresivas- puede entonces funcionar como expresión de hartazgo, de bronca, o de deseo de ruptura frente a una representación vaciada.
4.Votar no es elegir: crítica a la ilusión democrática
La crítica al voto como acto transformador no es nueva. Gabriel Tarde ya planteaba que el sufragio es una forma de ilusión colectiva, sostenida por la necesidad de creer en la participación como símbolo de soberanía. Sin embargo, lo que se presenta como "decisión del pueblo" está previamente condicionado por estructuras de poder que definen qué se puede pensar, decir o imaginar como futuro posible. La oferta electoral no surge espontáneamente, sino que es el resultado de un entramado de intereses económicos, alianzas partidarias, financiamiento internacional y dispositivos mediáticos. En este marco, el acto de votar es muchas veces el cierre de un proceso ya decidido, más que su punto de partida.
5.Ni izquierda ni derecha: el problema es estructural
Aceptar la lógica binaria entre izquierda y derecha es otra trampa ideológica. En contextos donde el Estado funciona como garante del capital, y donde los partidos se ven forzados a negociar con los mismos actores de poder, la distinción pierde eficacia. La adhesión a un discurso progresista no implica necesariamente una transformación real de las condiciones materiales de existencia. En ese sentido, el problema no está en la orientación ideológica del partido gobernante, sino en el diseño estructural del sistema político y económico que impide la redistribución, la autonomóa popular y la justicia real.
6.Conclusión: dejar de creer puede ser el primer gesto político
Negarse a creer en la democracia liberal, en los partidos, o en la figura del "salvador político", no implica caer en el cinismo o la apatía. Por el contrario, puede ser el primer paso para una crítica radical de las condiciones de posibilidad de lo político. Si el sistema electoral solo ofrece ficciones de participación, y si los liderazgos se construyen desde estructuras de poder concentradas, entonces es urgente repensar la política desde abajo: en los vínculos, en las resistencias cotidianas, en la creación cultural, en las experiencias comunitarias que escapan a la lógica de la representación.
En definitiva, no es el pueblo el que vota mal. Es el sistema el que está diseñado para que ningún voto pueda cambiar lo que realmente importa.
Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor
Comprar un cafecitoRecomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.

Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión