Para los escritores poseer una biblioteca personal es una extensión de nuestras mentes y cada libro colocado en un estante es un mundo que nos transporta a muchos lugares discrepantes. Nuestras bibliotecas y la decoración que le damos a cada una es nuestra visión de las letras expresándose. Pero hay algo que en ocasiones observo de bibliotecas ajenas y me deja reflexionando sin poder evitarlo, como lo es colocar una máquina de escribir en forma de decoración que va acumulado polvo. Sin generalizar sobre quienes escriben, tener una máquina de escribir se torno más un trofeo de caza para colocar en la repisa que una herramienta de trabajo, y no sorprende el hecho evidente que con el paso de la modernización las máquinas de escribir quedaron en desuso, y para algunos obsoletas, objetos que no pasan de una antigüedad para coleccionar.
Las impresoras actuales y los programas como Word mejoraron los documentos profesionales; al momento de escribir, los papeles pueden adaptarse a diferentes formatos, fuentes y tamaños, incluyendo un mejor control de edición y corrección. Muy pocos son los que le observan un provecho a la utilización de las máquinas, incluyendo escritores contemporáneos que conservan sus escritos digitalmente en notas. Por ende y bajo esta perspectiva yo me pregunto: ¿de qué nos serviría usar las máquinas de escribir en el siglo XXI?
Si bien nadie reemplazaría el rol de una computadora moderna por una Olivetti de los años ochenta, quiero desarrollar mis argumentaciones principalmente en favor de los escritores, para quienes las máquinas de escribir les ofrecen la mayor conexión posible con la expresión de su arte personal.
Para lograr aquello, siento oportuno traer a colación la entrevista realizada por la revista estadounidense GQ en el 2018 a Matty Healy, vocalista de The 1975, a quien le preguntaron por diez objetos sin los cuales no podría vivir. Luego de mostrar varios objetos que para el cantante británico le son indispensables para vivir y en general eran de la vida diaria, muestra una libreta en sus manos y comenta lo siguiente:
"No es que haya algún tipo de romance en tener una libreta, pero realmente también me gustan las máquinas de escribir, no tengo ninguna conmigo porque es muy poco práctico".
El punto sobre la practicidad es un hecho, lo que lo hace dejado de lado frente al avance de dispositivos mucho más pragmáticos para transportar como los celulares, u objetos sencillos de manipular para la escritura como lo es llevarse una libreta y un lápiz.
Sin embargo, Healy menciona algo que le da la base a este ensayo:
"[Hablando sobre las máquinas y escribir a mano] Hay una especie de elemento de compromiso que va con la ceremonia, por lo tanto te ayuda a concentrarte un poco mejor".
Elemento de compromiso, y con mucha razón. La revolución digital sin duda ofrece una ayuda diaria a las personas alrededor del mundo pero la reducción de máquinas de escribir por otros formatos modernos dejó enterrado el enorme legado que construyeron en el siglo pasado.
Al momento de usarlas el escritor puede ver de ese compromiso, ya que consigue producir de manera más creativa, conectar de manera más emotiva y escribir de manera más económica. A este tipo de formas las clasifique, para un desarrollo claro, en tres funciones que brindan las máquinas de escribir: la función experimental, la función sostenible y la función sentimental.
Primeramente emplear estas máquinas para nuestra escritura nos hace más libres y apartados de lo que acontece alrededor de nuestro mundo, porque al sentarnos con nuestro único propósito ningún correo o notificación de alguna aplicación nos desconcentra, como sí ocurre, por ejemplo, con los mensajes del celular que opacan el momento de escribir y disipan las ideas o palabras. Con esta herramienta se posibilita una escritura sin distracciones que altere aquel tiempo que dedicamos a la obra, y a su vez nos ayuda con un seguimiento concentrado a medida que nos familiarizamos con su funcionamiento. La experiencia es irrepetible con otros formatos de escritura, la fluidez que logramos con las teclas y el ritmo propio que este genera, junto el movimiento de regresar el papel para la derecha, crea un espacio ameno para la creatividad, donde a partir de la acción física nos inspiramos e involucramos con mayor profundidad en la producción de las palabras, y al no tener herramienta de corregir con prolijidad se puede lograr una expresión libre al escribir sucesivamente y generando que las ideas fluyan sin interrupciones.
En segundo lugar, el uso de estas máquinas posee de mayor accesibilidad y menos requisitos que las computadoras las cuales no solo dependen de electricidad, sino también de actualizaciones en sus programas, espacio necesario para cada archivo y demás funciones para su uso. Las máquinas de escribir resultan menos complicadas en ese sentido, mencionando además que su durabilidad es realmente larga si se hace su poco mantenimiento. Las peores cosas que podrían ocurrirle es quedarse sin tintas en los rollos o averiarse alguna de sus partes que pueden repararse sin ningún problema, e incluso su reparación resulta más entendible y de menor confusión para quien quiera hacerlo por su cuenta, a diferencia de los complejos elementos que se guardan en en los software y en las piezas, tanto de monitor, impresora y CPU. Por otra parte, la promoción de estas máquinas modestas contribuye a favor de la lucha contra la contaminación de los metales y plásticos que la modernidad constantemente ignora y arroja como residuos; reutilizando estas máquinas se reduce el impacto en el planeta de los dispositivos electrónicos y su larga durabilidad si es bien cuidada disminuye la necesidad de repuestos en este mundo de consumismo inconsciente.
Por último, y a mi consideración la función más necesaria en el mundo de hoy, es el placer de emplear las máquinas desde una conexión emocional, escribiendo con la autenticidad de un vínculo de trabajo sin importar cual sea. Cada máquina de escribir hace textos originales, diría casi irrepetibles, y posee un carácter único que no se puede replicar con facilidad. En este mundo donde todo se parece a todo, las máquinas forman una personalidad que se evoca en cada hoja que ésta deja mecanografiada, ya que puede funcionar igual para dos personas, pero jamás quién la usa funciona semejante al otro, a esa autenticidad refiero. Mismamente este mundo que a pasos gigantes transita a preferir los elementos digitales nos aleja de las cosas físicas poco a poco. Le ocurrió a la música, a los libros y por ende también a la forma de escribir. Reivindicar a las máquinas nos posibilitará nuevamente una apreciación de lo tangible, en esta realidad la cual todo se procesa mediante tecnología y parece perder el valor del trabajo físico.
En conclusión, el valor inherente, e ignorado, en estos aparatos de escritura merecen ser revalorizados en nuestros días. No pretendo que las personas renuncien a los avances que el siglo XXI dispone, pero me gustaría que toda mi argumentación logre visibilizarlas y, tal vez, tocar a quién leyese esto, principalmente quienes se dedican a la escritura como oficio. Y, aunque sea obvio, sí, uso habitualmente máquina de escribir, así como también escribo a mano y en notas del celular. O en los casos más extremos, pido servilletas y mendigo una lapicera. Pero ninguna excusa me permite no escribir.
Hablando desde mi ejemplo usar las herramientas tradicionales y modernas para escribir mantienen consiente mi escritura diaria. Pero las máquinas de escribir tienen consigo un cierto aura seductor. Un "qué sé yo" que se acopla a mi estilo y le da otra consistencia que va más allá de lo estético. Escribir a máquina, oír las teclas y regresar la hoja al otro extremo me recuerda lo tanto que tenemos para decir las personas y me devuelve una humanidad que en ocasiones las redes sociales parece arrebatarnos a muchos. Lo cierto es que las cosas tangibles son las que salvan el mundo.
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