Comienza el día, abro los ojos, siento los párpados pesados, sinónimo que no me desperté con todas las pilas. Lo pienso y lo ignoro, puede ser una mala postura al dormir que me llevó la sangre a los ojos, nada más. Salgo de la cama, apago la alarma que aproveché a dejar lejos para levantarme de una vez. La pongo para dentro de quince minutos. Me acuesto. Dormito. Me levanto de nuevo. Comienza el día, ahora sí. La nueva alarma no llegó a sonar, la desactivo. Me alargo todo lo que puedo, me estiro y dejo escapar un «aaaaaaaaaaghhhh». Bostezo, pero más aliviado. Apago el ventilador, quedo en completo silencio. Mi carne desprende calor perceptible, tengo la piel caliente. Me tiro sobre la colchoneta y estiro en la postura de la paloma, primero con una pierna, luego con otra. Ahora sí, me yergo ya decidido a transitar el día. Me meto al baño, me enjuago la boca y me cepillo los dientes sin pasta. Pis. Salgo, saludo a mi madre que se levanta a hacerme unos huevos que me llevo al trabajo.
«No te podías levantar, ¿no?» Es muy temprano y su observación acertada pero inútil me hace poner de mal humor. Me molestan sus inconscientes usos del verbo poder, siempre antecedidos por un «no».
«No, ahora se me pasa». El NO en este caso podría ser sí, o podría ser NO. Es tan temprano que no sé si estoy negando o afirmando, pero eso no importa, lo importante es que «ahora se me pasa», y efectivamente se me pasa. Pero antes, agarro la toalla, y me voy al patio de atrás a mojarme la cabeza y de paso lavarme la cara. El agua fría, que sale casi tibia, igualmente me refresca. El contacto inmediato de mi piel con el agua, ponen en evidencia el contraste de temperaturas. Me enjabono la cara, refriego refriego refriego, enjuago. Después de eso me mojo bien la cabeza. Con las manos apoyadas en el lavadero, voy ejerciendo la fuerza suficiente para que mi cuerpo haga un movimiento circular, y mi cabeza que cuelga por debajo de la canilla se posicione estratégicamente debajo del chorro que cae, cuidando que el grueso del agua no se deslice por el resto del cuerpo, que mal no me vendría pero que me mojaría la ropa. Me doy por satisfecho de frescura, y con la cabeza aun colgando cierro la canilla y luego, con la misma mano, agarro la toalla y me seco un poco. Vuelvo adelante, antes de entrar miro el cielo, y veo unas nubes amables, densas, que se ofrecen a boicotear el sol, o al menos sus rayos, apaleando el calor.
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