¿Quién está dispuesto a luchar?

No recuerdo el momento en que el arte y mi vida comenzaron a vincularse, pero hoy esta relación es fundamental para intentar entender quién soy. El cine, la música y la fotografía se convirtieron lentamente en mis espacios de goce más frecuentados. A veces para activar el cerebro, como disparadores de ideas y de historias. Otras como método de evasión, para olvidarme de alguna mala situación (especialmente las laborales, que son las que más difícil se me hacen enfrentar) o simplemente buscar una risa al final de un día cansador. El arte se me hace mil veces más lindo cuando logro compartirlo con las personas que más quiero: ver Shrek con mis viejxs, cantar canciones de los Redondos o de Ska-P en algún fogón de verano en Chapa, pasarnos bandas con Pablo o Fran, escuchar a Lu y Euge saberse los soundtracks de Disney al pie de la letra. En un contexto cada vez menos favorable, juntarme a ver películas (con algún vino en mano) se convirtió en una inyección semanal de serotonina.

La cultura es esencial para unirnos, y atacarla es otra forma más de demostrar que nos quieren separadxs, infelices y serviles. Sin un cine argentino que escriba guiones en base a lo que vivimos, seremos eternos consumidores de Rápido y Furiosos (no tengo nada personal contra este tipo de películas, pero sí contra quienes pretenden que sea el único cine que consumamos). Es lo que quieren. Jornadas laborales de 14 horas, dándonos el tiempo justo para dormir y quizás ver una película pelotuda que nos saque mentalmente de la mierda que vivimos. En ese contexto, ¿quién puede pensar? ¿Quién va a salir a marchar para frenar el desguace del país? Si nos van a sacar hasta la energía para mover el culo del sillón para cambiar de canal.

Pero vivimos en el mejor país del mundo. Esto va a pasar.

Y la cultura de nuestro país va a estar ahí: para darnos alegrías, para hacernos reflexionar, para unirnos en abrazos. En fin, será la protagonista para bajar este (pesadísimo) mal trago.