Las cartas viajaban por lo ancho del cuatro de la pelirroja, aquella joven que ahora mismo se hallaba entre sus pensamientos sin saber como poder ordenarlos o si es que había alguna posibilidad de que su mente quedara estática al menos por unos segundos.
¿Cómo llego a esto?. Pobre de su alma retorcida ser la primera en explicar cómo una tarde de té fue la encargada de bajarla de su nube de ensueño.
Sus manos cortaban cada lírica que estaba a su alcance entre sollozos como una solitaria y pequeña niña buscando refugio en un bosque sin rumbo, repitiendo siempre la misma frase: ¿porque yo?. Era lamentable que ella sola no pudiera responderse siquiera, quedándose solo mirando al espejo que se ubicaba en un rincón de su cuarto.
Aquel que aún tenía ese abrigo colgado y que inundaba las cuatro paredes que la encerraban con un aroma a nostalgia, un sabor agrio a no saber en dónde parar.
— Siento que no me darán los dedos para tirar todo esto, que desgracia. — musito en un reclamo la mujer, bajando su vista a la cantidad de recuerdos que la abrazan de una forma no tan cálida, tan poco sutil. Aún no caía en cuenta de lo que había sucedido, siquiera le dieron el tiempo requerido para asimilar cada accionar que se desató en aquella velada de verano.
Otro suspiro se desprende de sus belfos. Había papeles por doquier, en algunos se encontraban retazos de dibujos hechos con un supuesto amor verdadero a su corazón, quedando tan solo la parte donde ella estaba dibujada. La única parte genuina de ese garabato.
Su mirada quedó enfocada en una carta que se escondía entre el montón de recuerdos, estaba diseñada con un papel en un tono café - casi se podría decir que añejo, con olor a polvo y esencia a un perfume de vainillas inundando aquel pedazo.
Reconoció ese aroma a millas, una oleada de nostalgia y rencor la invadió de un instante al otro, sus dedos ya temblorosos comenzaron a desdoblar los extremos de la carta. Paso a paso, lento y sin prisa aunque por dentro moría por saber qué era lo que había escrito. ¿Será otra carta perdida? ¿o tal vez un dibujo viejo manchado por el pasar del tiempo?.
En voz alta inicio a recitar, párrafo por párrafo con una voz suave. — Oh amado mío, me duele el alma usar papel y tinta para tenerlo como recuento de todo lo que perdí en ti.
“Se que mi futuro siempre fue incierto y aun asi decidi entregarme a ti,
en cuerpo y alma pensando que me entenderías así como yo lo hice.
Sin embargo me tomó de sorpresa que hasta viendome
en aposentos o desvestida ante un espejo hayas sido tan
incompetente para dejarme varada y sin nada mas que decir.”
La carta estaba incompleta y sin pensarlo mucho, sintiéndose reflejada en las palabras de aquella desconocida letra en negro decidio buscar una de sus lapiceras e imitarla, cursiva y delicada casi como de una princesa.
“ Pensé que podríamos hallarnos dentro del otro,
como piezas de un rompecabezas sin nombre
o dueño que nos detenga a aprender
qué es lo que significa amar, desear
hasta añorar pertenecer y ser querido
tan solo una vez. Que decepción fue la que
me lleve al descubrir que no todos nacemos
para eso, para sumergirse en el corazón de
tu prójimo y estudiarlo hasta saberte de memoria
sus gustos y decires como el refrán más
viejo que exista."
La tinta se cortó, dejando trazos invisibles en el resto de la hoja que ahora se veía manchada con las lágrimas de la joven que caían sin cesar una tras otra. Su lapicera cayó al suelo, limpiando los ríos que se desbordaban por sus mejillas hasta que una voz la sacó del trance. Era su madre, entrando sin aviso a su habitación con una bandeja que tenía una taza de té y unas masitas alrededor. — Princesa ¿otra vez estás llorando?. No me di cuenta que tu novio se había ido..—
La voz de la mujer se cortó cuando noto en las manos la carta que ella misma había escrito años atrás, observando a su hija mientras dejaba en la cama la bandeja para aproximarse hasta la menor, sentándose a su lado. Uno de sus brazos rodeo el frágil cuerpo de la muchacha que se desgarró a llantos incomprensibles, aferrando sus manos y el retazo de papel contra la ropa de su madre, exclamando incontables veces la misma pregunta del porqué, como y que. Se veía en un espejo. Se reflejaba una vez más allí.
Pero la mujer solo se limitó a asentir y consolarla una vez más, porque todas alguna vez pasamos por un fatídico, doloroso pero querido amor desconocido
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