Una vez alguien me dijo: “Es porque eres acuario”. Esa necesidad de huir, ese deseo de escapar, ese sentimiento de no pertenecer, esa búsqueda insaciable de algo más que parece nunca llegar, esa decepción constante de quien eres hoy y pensar siempre que tu mejor versión está por llegar, siempre por llegar. Esa costumbre de no querer acostumbrarse a la costumbre tan acostumbrada de quedarse.
Simplemente quedarse, en los lugares, en las personas, ¿es realmente tan difícil? Pienso que sí; me veo y veo a nuestro alrededor y estoy casi segura de que la gente tiende a huir. Quizá es más fácil, es menos comprometedor, es como sacarse la cera depilatoria de una y no de a poquito; duele al principio, pero se pasa rápido. ¿Realmente se pasa? O solo acumulamos un montón de cera depilatoria en nuestros cuerpos, tanta que ya no podemos distinguir cuando estamos tirándola sin previo aviso y engañando a nuestro cerebro con que eso será menos doloroso. No me quedo fuera, porque dentro del sentimiento de no pertenecer, definitivamente sí pertenezco a estos que siempre huyen.
Soy una persona que se va, creo; quizá solo me estoy juzgando de más. Pero una vez quise quedarme. Entregué todo de mí para que así fuera; en serio, lo intenté, de hecho creo que hice más de lo que debería. Una de mis psicólogas, a la que tuve que ir luego de darme cuenta de que existía alguien más en esta vida al que le gustaba más huir que a mí, me dijo: "¿Por qué? ¿Por qué te esfuerzas tanto? ¿Por qué quieres tanto que esa persona sea la persona que se quede?" Y, por supuesto, no supe qué decir. O sea, obvio le respondí algo sobre el amor y almas gemelas, bla, bla, bla, pero esa no era la verdad; realmente no le respondí porque no sabía la respuesta. Creo que la razón por la que me esforzaba tanto para que te quedaras era que sabía que nunca lo harías. Así que, ¿quién estaba huyendo de quién?
Si sigo buscando en mi historial de huida, me encuentro con la que aún no me logra soltar. Creo que he dicho más veces la frase “quiero congelar” que “me encanta estudiar esta carrera”. Debo aclarar que la carrera la elegí yo, nadie me presionó, fui voluntaria. Si retrocedo en el tiempo, encuentro a una yo de 17 años que decía “no me imagino haciendo otra cosa” y ese como su argumento principal para convencer al mundo. Pero hay algo que nunca me termina de cerrar; ese algo no es algo que me detenga, no. De hecho, nunca dejo de hacer cosas que tengan que ver con esta carrera; por el contrario, creo que hago más de lo que debería (quizá eso es porque tengo un problema de productividad tóxica, pero eso es para otra ocasión). Que nadie se atreva a preguntarme si esto es lo que haré toda mi vida. ¿Para siempre? O sea, ¿siempre lo mismo? ¿Terminar para empezar de nuevo? Nada que me aterre más. En mis peores momentos de crisis me he imaginado en una infinidad de escenarios en los que solo en el 20% de ellos me imagino haciendo algo estrictamente relacionado a lo que estoy estudiando. Llevo tres años, definitivamente mi relación más larga, mi vínculo más tóxico y quien me ha visto en mis peores momentos, pero jamás, jamás, jamás me atrevería a dar por sentado que esto es lo que haré toda mi vida.
¿Esto es como el miedo al compromiso? ¿Uno internalizado? Como cuando siempre estás diciendo lo mucho que quieres estar en una relación, pero solo te gustan personas que no están disponibles emocionalmente y tu inconsciente las escoge por esa misma razón, porque en el fondo, la persona más cerrada al compromiso eres tú.
Soy una miedosa crónica, me da pánico que las cosas se queden así para siempre y, al mismo tiempo, esa es mi mayor fantasía. Lo que perdura en el tiempo, lo que es estable, duradero, conocido: la zona de confort. Entonces, ¿por qué si nuestra mayor fantasía es lo que perdura en el tiempo nos da tanto miedo que eso realmente pase? Asocio eso al pensamiento que lleva a la conclusión de que tu mejor versión siempre está por llegar y nunca es la que eres actualmente, por más que hace años te imaginabas haciendo muchas cosas de las que estás haciendo ahora y esa era tu imagen de la vida que querías vivir, aún no es suficiente. Es una búsqueda insaciable; por cada meta que cumples, nacen tres más y derriban totalmente la capacidad de detenerse un segundo a admirar que sí pudiste, porque ahora solo estás pensando en cómo no puedes alcanzar eso que se te metió en la cabeza.
“Nada es para siempre”. Por momentos esa frase me tranquiliza, porque si nada es para siempre, eso quiere decir que la insatisfacción tampoco lo será. Por otro lado, me aterra. ¿Qué pasa con eso que si quiero que dure por siempre? ¿También se irá? Es como una regla de vida que atraviesa todo y no discrimina.
Quiero poder quedarme, pero no puedo prometer que así será; no quiero ilusionar a nadie, menos a mí misma. Porque, además, ¿quién soy yo para quedarme si del otro lado no quieren que así sea? No lo digo como una certeza ni tampoco como la víctima de una situación ficticia, pero imagínense, yo aquí escribiendo sobre mi mayor problema en esta vida, que es no saber quedarme, pero quizá nadie espera que así sea, entonces, ¿por qué angustiarme ante un hecho inevitable? Todo termina, nada es para siempre y la gente huye, mientras otros dejan que eso pase.
Qué precario estar sabiendo que algún día te irás, qué injusto para otros hacerles creer que te quedarás, qué valor más grande el de mentir tan descaradamente, qué irreparable el trauma de cuando te fuiste.
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