¿qué vas a hacer el día que fallezca?
cuando por fin la daga atraviese la carne tierna
y se yergue una oriflama ígnea sobre mi pureza.
te voy a entregar un manual,
escrito con la letra más trémula existente,
donde se detalle el arte de labrar una cajita tamaño alondra
para acoger mis restos mutilados:
abrazados por una manta rosada, sellados
con listones de encaje,
adornados por alitas de cartón emplumadas, enterrados en el patio de tu casa.
funeral que vas a orquestar con la presión de mi mano en tu palma lúgubre, sudorosa, casi devota.
bulla espiritual; desconozco el desapego
si de tu amor sincero se trata.
avecíname de sílfide en esas tardes
que revoloteen tu pelo,
escucha mi llanto en todas las noches lluviosas,
búscame —huéleme— debajo de tu cama:
dulce vainilla, corrupción bendita,
carne putrefacta que cuelga y muestra mis costillas.
porque el eros y el thánatos son amantes,
y la muerte no disuelve el amor: lo eterniza.
yo, tu fantasma:
maldición enamorada que te persigue,
niño desamparado que, en las madrugadas,
te despertará solo para jugar contigo un rato.
te respiraré desde las paredes,
te acecharé con ternura impía,
te amaré tanto que ni dios ni el olvido
podrán librarte de mí.
yo, que te amo hasta la peste,
no sabré jamás dejarte ir.
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