El desfinanciamiento de la educación pública que pone en riesgo la existencia de las universidades de acceso libre y gratuito para todxs hizo que recordara mi vida universitaria. En esos recuerdos me di cuenta de lo obvio: aquello que mi facultad de psico de la Universidad Nacional de Rosario me dio además de contenidos de formación de calidad de manera gratuita. Como estudiante que debe mudarse a otra ciudad fue mi madre, sola con dos hijas, quien hizo un gran esfuerzo económico para poder bancarme un departamento, mis gastos diarios, las fotocopias y libros, entre otros menesteres de la vida misma. Sin embargo, por más plata que hubiese invertido en mi educación hay cosas que nunca hubiese podido comprar.
El primer día en que pisé Rosario yo aun no era ni mayor de edad, tenía 17 años y había vivido siempre en una ciudad muy pequeña. Ni siquiera había viajado a Rosario alguna vez de paseo, no había gps ni uso masivo de whatsapp ni redes sociales (estoy hablando del 2006, tampoco hace tanto tiempo). Como si esto fuera poco, la facultad de psico quedaba en un barrio de mala fama, muy lejos de la zona céntrica donde yo alquilaba.
En esa inmensidad desconocida que me abrumaba apareció Fede, quien era el presidente del centro de estudiantes y a quien había conocido en una expouniversidad. Fede me fue a buscar a mi casa y me acompañó en todo el trayecto de viaje hasta la facultad, me mostró las aulas, el comedor, las oficinas administrativas y me dejó en la puerta del salón donde debía asistir al cursillo de ingreso.
Durante mi trayecto académico tanto la facultad como el centro de estudiantes (que fue cambiando de agrupación estudiantil en su conducción por voto popular) generaron espacios de contención que son muy importantes sobre todo para lxs estudiantes que venimos de distintas partes del país y que estamos solxs. Se organizaban clases de repaso, grupos de estudio, asambleas estudiantiles, fiestas, exposiciones. La universidad contaba con un centro de salud de acceso gratuito para sus estudiantes, residencias estudiantiles, un comedor con menues a muy bajo costo, becas de fotocopias, de transporte, de vivienda, centros culturales y de actividades deportivas.
Yo no hubiese podido sostenerme ni económica ni mucho menos simbólicamente allí sino fuera por toda una comunidad educativa que me abrazó, me contuvo y me impulsó.
Recuerdo también lo que parecía más obvio de todo y que quizás de tan obvio hoy se ha olvidado: unx ni dudaba en anotarse en la pública, no por una cuestión de gratuidad sino de prestigio. Los autores de los libros que se leían en las privadas eran los docentes de carne y hueso de las públicas. Recuerdo que en una materia hicimos una pequeña investigación acerca de los motivos que llevaban a lxs estudiantes a elegir una universidad u otra y quienes asistían a las privadas reconocían que los niveles educativos de la pública eran mejores pero que se anotaron en una privada por cuestiones de comodidad y confort edilicio.
Y, sin ánimos de romantizar las malas condiciones edilicias y organizativas, pero realmente hasta eso creo que me enseñó a enfrentarme luego con el caos que es la "vida real", la vida post universitaria y a encontrarle la vuelta a como sobrevivir con poco y pelear por lo que falta.
Si hay algo en lo que me adoctrinó la faclltad pública fue en cuestionarlo todo, en ver a través de mis ojos y no de una pantalla, en caminar la calle y no quedarme en la queja sino en ser parte de lo que impulse el cambio.
Gracias universidad pública te quiero hasta el infinito con toda mi alma. Vos me sostuviste y ahora me toca sostenerte a mí.
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