que me regales una flor

Siempre esperé que me regales una flor. Mi más antigua amiga dice que estoy mal acostumbrada a los hombres que podan tallos en mi honor y vos fuiste el primero que no cumplió mi capricho. Dice que por eso me escapé de todos menos de vos. No me gustó que le diga capricho a mi afán por hacer que los lugares sean un poco más dignos de pisar. Si no hay flores no merecen que esté yo ahí. Nunca le dije que no me gustó. Hay cosas que nunca digo si no me preguntan.

Nunca te confesé que mi abuela me lega flores, cosechadas en algún jardín ajeno, durante sus caminatas diarias; que mi mamá florece en la misma época que los jazmines y que mi flor predilecta es la lavanda. Creo que nunca te lo dije porque nunca te interesó mi relación con las flores, nunca exploraste ese territorio sutil de mi corazón. Nunca te lo dije porque nunca preguntaste.
Mientras deambulo por el barrio donde nací, recojo flores de cada cuadra, como si ya no tuviera suficiente de este lugar en mi, como si me faltara más. Quizás busco persuadirme de que algún rincón me merece, de que pertenezco a alguna parte. Quizás todavía no lo termino de creer.

En tu ausencia, sin certeza de tu regreso, reflexiono: nunca me diste una flor. Yo varias veces pensé en desafiar al tiempo y regalarte todas aquellas que mis manos alguna vez rozaron. Sin querer, en ese gesto, descubro la esencia de lo que nos acontece -digo “acontece", aunque debería aceptar que ya es momento de decir "aconteció".- La verdad es que te miro con la misma mirada que uso para contemplar las flores cuando me sumerjo en la soledad de Caballito, mientras vos me observas como si en mí no existieran flores. Perdón, como si reconocieras las flores en mí pero no te importara su existencia. La verdad es que durante este tiempo, yo te amé más y vos menos. No sé quién lleva las cuentas en el amor, pero yo te hubiera regalado todas aquellas flores que mis manos alguna vez rozaron, y vos te fuiste sin darme una flor.