¿Qué está pasando en el mundo?
Eso me pregunto un día domingo, a las siete de la tarde. Con el estómago vacío y un sentimiento que aún intento entender.
Es temporada de elecciones, salgo a la calle y veo tres pancartas gigantes en cada esquina. Jóvenes, que sin conocer a los candidatos, entregan folletos esperando su paga al final del día. Escucho a la junta de vejestorios en la banca de la plaza hablar sobre cuál de todos los postulantes es peor: si los de izquierda o los de derecha, de las propuestas a mantener el sueldo mínimo o las de quitar la pensión al adulto mayor.
Algunos apurados que cruzan la calle dicen que salga quién salga, deben ir a trabajar igual y mientras tanto en las clases de educación ciudadana nos enseñan la importancia del voto informado. Somos conscientes de que nuestra elección cuenta, pero como estudiantes no podemos participar en nada más que comentarios y opiniones que de inmediato un adulto asume como debate, el cual casi siempre termina en un conflicto de saber quién tiene la razón.
Pienso que un gobierno estable debe ser transparente con la ciudadanía pero en eso siempre fallan. No por la falta de leyes ni por las fallas que puedan haber en la constitución. Es algo que va en nosotros como sociedad, como seres humanos: esa avaricia extrema que tenemos por tener más, hacer más por nosotros mismos, sin medir las consecuencias de lo que hacemos, pasando por encima de lo legal y más que legal, por encima de lo ético. Entonces realmente la falla está en nosotros. ¿O por qué se debió dejar estipulada por escrito la declaración universal de los derechos humanos? ¿Por qué, si según somos diferentes a los animales en cuanto a razonamiento, no tenemos la capacidad de terminar de entender que para ser una sociedad más unida tenemos que dejar de ser tan injustos? En todo ámbito: en la casa, en la escuela, en el país.
Finalmente siempre vamos a necesitar una figura de autoridad, alguien que nos diga qué está bien y qué está mal, qué se puede hacer y qué no porque sobrepasa los límites humanos. Porque aunque sin creerlo somos capaces de comportarnos mejor, nos evitamos muchas más desgracias que otros sin escrúpulos serían capaces de hacer, aunque suene poco creíble.
Y no solo se necesita de un gobierno para ejecutar reglas y derechos justos, sino también para poseer todo lo material que tenemos: ropa, tecnología, comunicación, economía y otros recursos tangibles.
Como explica un libro que leí sobre comercio exterior, sin un gobierno que regule tratados internacionales, países medianos o pequeños no podrían mantener su economía estable ni garantizar acceso a productos básicos.
¿A qué quiero llegar con esto? Sin gobierno o representante de una nación o país, estos tratados universales no existirían, estaríamos incomunicados, desordenados.
Esa es una parte importante: los negocios. Como también lo es la ciudadanía y sus contribuyentes a una sociedad más justa y equitativa.
Ahora solo me queda volver a escuchar a los adultos, profesores, leer las noticias y esperar con expectativa cuál será el rumbo que tomará mi país en las próximas elecciones y de qué manera afectará a sus alrededores.
Porque un líder también puede aprender de quienes guía: vestirse de traje no lo hace mejor persona, ni lo exime de responsabilidad social, mientras que los más vulnerables siempre pagan el precio más alto.
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