Mi esperanza está hueca, es falsa y gris.
No espero nada de ella, y el menor de mis problemas es perderla.
¿Cómo se pierde un náufrago?
¿Por qué dejar pistas, si no quiero que me encuentren?
Soy un saco de huesos que carga con el luto de diez tumbas, cuyos sueños sienten vergüenza, y mi espíritu lo oculta para evitar las penas.
Mis heridas fueron pinceladas por mi madre, su indiferencia y su nula capacidad para verla.
Mis luchas son eternas y patéticas; gracias a mi padre por plantar la inmortal semilla del abandono, que florece en mi alma sin agua y sin abono.
Me dieron la vida, promesas y sueños.
Todos ajenos, todos de ellos. Ni uno para mí, excepto los que nunca quisieron.
Hoy me encuentro en mi cama, asqueada, distante y desilusionada de quien he llegado a ser.
Soy mi culpa, mi fracaso y mi desgracia.
Y aun cuando mi ser no me hace sentido, anhelo el beso de esperanza que mi frente tanto ansía, el abrazo y la caricia de una vida donde mi nombre no se sienta exiliado y mi corazón sea conmemorado.
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