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    PUNTO ARROZ

    Mar 15, 2025

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    PUNTO ARROZ
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    PUNTO ARROZ

     

     

    —¡No me pidan que deje de pensar en Eliseo! ¡Simplemente no puedo! — expresó angustiada Estela.

    —¡Ay, Estela! Si seguís preocupada por el Eliseo vas a terminar enferma— le advirtió Lola, su hermana mayor.

    —¡Voy a dejar de pensar en el Eliseo cuando no sienta lo mismo que él está sintiendo! ¡Así que mejor me dejan tranquila con mis “pensares”! — dijo Estela mientras volvía a su tejido.

    —Dos adelante… dos atrás… punto derecho… punto revés… pasada… punto revés… punto derecho… Y de nuevo: dos adelante…

    El ovillo de lana bailoteaba en el piso, mientras las agujas de tejer insinuaban el inicio de un retazo color celeste.

    —Debe estar viendo el cielo o el mar, pero también está sintiendo frío— dijo para sí Estela.

    Interrumpió su tejido para mirar por la ventana a unos niños que, al corretearse entre ellos, exhalaban humito de sus bocas como si fuesen pequeños dragoncitos. Estela suspiró y regresó a su tejido, hasta que la caída del sol le indicó que ya era tiempo de preparar la cena. La comida fue sencilla: milanesas con puré. Durante la cena, Estela se abstrajo de los diálogos de la mesa.

    —¿Qué habrá comido Eliseo?… ¿Habrá comido Eliseo?...

    —¿Por qué no comés mamá? — le preguntó Nora, su hija.

    —Es que estaba…

    —Pensando en Eliseo… Tranquila mamá, acordate que él nos dijo que lo enviaban a un lugar lejos de todo peligro.

    —Lo sé, Norita. Lo confirmé con el retazo color celeste— respondió Estela, señalando el tejido que descansaba sobre el sillón de totora.

    —A veces sos tan rara…— afirmó Tito, el benjamín de la familia.

    —Rara o no, a mí me hace bien tejer y pensar en Eliseo— concluyó Estela.

    Al día siguiente, luego de los quehaceres, Estela regresó a su tejido:

    —Uno adelante... dos atrás… punto derecho… punto izquierdo…

    Mientras tejía, a Estela la asaltó la imagen de un paisaje cubierto de nieve.

    —Dos atrás… 

    El retazo comenzó a clarearse hasta presentar un inmaculado blanco nieve.

    —Está pasando frío y también tiene miedo— pensó Estela, que exhaló con fuerza para expulsar la angustia que la ahogaba.

    Pasó el resto del día tejiendo retazos de color blanco, hasta que, cansada, se quedó dormida en el sillón de totora. Soñó con Eliseo, primero vestido de rugbier y luego con su uniforme.

    —Mamá, despertá, ya está lista la cena— le dijo Norita, tocando con suavidad uno de sus hombros.

    —¿Vos hiciste la cena? — preguntó sorprendida, Estela.

    —¡Claro! No es tan difícil meter unos fideos en la olla.

    Luego de la cena Estela no podía conciliar el sueño. Le angustiaba pensar que ahora Eliseo estuviese en peligro allá, tan lejos...

    Por la mañana Estela despertó sintiendo una profunda angustia. Apenas se levantó fue en busca del tejido.

    —Uno adelante…

    Los retazos de lana eran ahora de color verde oscuro, muy parecido al que tapizaba el jardín que bordeaba su casa.

    —Dos atrás…

    Los retazos verdes surgían vertiginosos. Esta vez no se detuvo para almorzar ni cenar. Avanzada la noche, exhausta, se fue a dormir. De madrugada despertó sobresaltada. La dominada una profunda angustia. Asustada, fue hacia el living, se sentó en el sillón de totora y comenzó a tejer.

    —Uno adelante, dos atrás ¡Eliseo! ¡Qué le estará sucediendo!... Dos atrás, punto adelante…

    Tejiendo con desenfreno, respiraba con dificultad mientras movía las agujas a gran velocidad.

    —Dos atrás ¡Qué miedo!... esto me asusta, uno adelante…

    En ese momento sintió que su pecho era perforado por dos impactos que casi la voltean del sillón.

    —¡Dios mío!... ¡Por favor, no! …— exclamó muy asustada, al ver que ahora los retazos eran rojos.

    — ¡No, Eliseo!… ¡Dos atrás, uno adelante, que cambie otra vez de color!... ¡Rojo no!… ¡Rojo no!... ¡Punto derecho!… ¡Punto atrás!… ¡Mi hijito no! ¡Mi hijito no! — gritaba, al tiempo que comenzaban a encenderse las luces de la casa.

    De pronto, los retazos se fueron oscureciendo hasta tornarse negros. Entonces Estela lanzó un grito de dolor, y abrazó desesperada su tejido punto arroz.

     

     

    Roberto Dario Salica

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