¿Es que mi amor te ahogó? ¿Es que mi amor no merecía el tuyo?
Me pregunto eso antes de dormir. Me pregunto cómo un sentimiento, cómo tantas promesas, no valieron para que vos me quisieras en ellas —o quizás nunca me quisiste en ellas—.
También me pregunto si, de alguna forma, mi amor te ahogó; si mi deseo de ser feliz sin vos te dolió. Y si fue así, mi cuerpo se agrieta al pensar en tu egoísmo, en ese egoísmo aferrado a tenerme en una espera sin ser llamada, sin ser escuchada, sin ser amada.
¿Y es que acaso no merezco ser amada? Llego a pensarlo desde que dejamos de hablar. Pienso en eso por la forma en que te asqueó que buscara mi propia individualidad.
¿Mi rebeldía destrozó nuestro amor? Concluyo eso mientras tropiezo, una y otra vez, con la idea de que no merecía aquellos tratos, como si una parte de mí se negara a aceptar que mi individualidad debía ser abrazada, y no usada como excusa para ser echada de aquel amor.
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