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Próxima estación

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Nov 10, 2025

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Rara vez me levanto con tiempo. Casi siempre escucho la última de las miles de alarmas y salto de la cama —porque si no lo hago, no me despego de ella jamás— para correr directo al baño. El silbido de la pava me despierta un poco más, tengo que escuchar en qué momento apagarla, porque si no, mamá se molesta. Después me preparo, y a eso de las 12 p.m. salgo. Así son todos los días, y así lo serán por un tiempo más. Luego todo cambiará. Y confieso que me asusta decirlo, porque si lo digo, siento que lo hago real. Pero creo que es normal, demasiado cambio, según dicen ellos.

Subo las escaleras. Hoy no se escuchan los ecos de los gritos de quienes todavía no valoran el tiempo —y yo, en su momento, tampoco lo hacía—. Tampoco los murmullos de los grupos que, en lugar de hacer lo que deben, comentan lo que pasó el fin de semana. Ni los chistes de los de al lado, que nunca entiendo, pero que a ellos les parecen lo más gracioso del mundo.

Nada de eso permanece, salvo mi propio silencio. Tal vez sea porque me siento lejos de aquí. Tal vez sea mi conciencia, que sabe que muy pronto ya no estaré, que nadie me conocerá por mi nombre, que no habrá una última alarma ni tanta risa de la cual quejarme. Y que, quizás, hasta llegue a extrañar el ruido que, aunque molesto, se había vuelto parte de mí.

De pronto, las escaleras ya no están. No corro por los pasillos, corro hacia la estación de tren. Las personas que solía ver se desvanecen. Parecen nunca haber existido. Y, repito, me asusta.

Me siento en mi lugar. Mis hojas están gastadas, como yo. Y entonces entiendo que todo termina, que lo que acaba, esta vez no vuelve a empezar. Mi lápiz escribe preguntas que ya no se pueden borrar. El transportador seguirá midiendo ángulos, pero no sabrá medir la responsabilidad. Cada decisión será completamente mía, y con cada una construiré algo que todavía no puedo imaginar.

Me doy vuelta, y ahí están: quienes tanto quiero. Las hojas desordenadas, algunas cosas en el suelo, un mazo de cartas en medio de la ronda. Ahí también estoy yo. Cierro los ojos un segundo —porque me está dando calor—, y cuando los abro, todo está vacío. Aunque no lo está.

Sé que es el desespero, la ansiedad. Que probablemente no todo salga bien, pero que en algún momento sí lo hará. Quizás al principio haya mucha claridad… o tal vez debería dejar de pensar.

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