Cuando te vayas, nada cambiará.
Abrazo mi frío cuerpo en un intento de sobrevivir. Estoy solo.
La humedad de la habitación no me ayuda, pero está conmigo.
Cuando era niño no tenía nada, y tú tampoco, así que me lo diste todo.
Mi mandíbula se tensa, pero vuelvo a estar en aquellas sucias calles con los mil y un olores que brindan los animales y sus desechos. Esas calles que nunca volverán, porque nunca volverás con ellas.
Estoy sudando frío, pero no tengo cómo ayudarme. No tienes como ayudarme. No me tienes, no te tengo.
Siempre fui reacio a la espiritualidad, especialmente a la parte de ella que requiere introspección, pero aún así, sabía que aquel color púrpura que visualizaba sobre mis párpados cerrados no era algo común.
Cuando tengo miedo, lo veo. Cuando me veo solo, lo veo. Cuando me veo atrapado, lo veo. Cuando creo que ya no me veo, ahí está.
Mis ojos se fijan esta vez abiertos al techo. No puedo morir. ¿Verdad?
Tú fuiste el único que creía en mí, el único que me entendía, y cuando ya no sabías quién era, siempre viste en mí alguien más importante que los demás.
Me doy vuelta en mi lecho antes de evitar rendirme ante mi destino.
Caminé por mi cuenta quién sabe cuántas cuadras antes de despertar con el amargo sabor del Whisky sobre mis labios. Sobreviví, pero tú no.
¿Vale la pena realmente seguir sin tí?
La última vez que te ví te rogué no morir, te pedí que no te fueras, pero no me entendías, te pregunté “¿Quién soy?” a lo que tú me respondiste “Dios”.
Mentí, cuando te fuiste todo cambió.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión