había música en la vereda
y el sol nos prometía que todo era eterno
nadie nos dijo que la eternidad
cabía en una tarde
y que después se rompía como un vaso húmedo
los cuerpos eran torpes, dulces, urgentes
besábamos como quien abre un libro
y se salta las primeras páginas
queríamos entender el final
sin saber nada de la trama
el mar nos miraba desde un póster descolorido
en el cuarto de una casa prestada
éramos hermosos, o eso creíamos
esa arrogancia brillante de pensar
que el amor era una conspiración a nuestro favor
y entonces llegó la primera fractura
no dolió como pensábamos
no hubo sangre
solo un silencio largo, viscoso
como el de un insecto atrapado en la miel
su voz se volvió un eco sin dueño
la mía un tambor apagado
el mundo seguía enloquecido de verano
pero adentro mío
todo nevaba
había una canción que no pude volver a escuchar
porque tenía el sonido exacto
de las promesas rotas
y aprendí que el amor adolescente
es una herida que cicatriza torcida
nos encontramos años después en una esquina
no dijimos nada
sonreímos con esa educación absurda
de quienes comparten un crimen
y se vuelven cómplices del olvido
todavía sueño con su risa en los pasillos del colegio
ese sonido fresco como menta recién cortada
que ahora existe solo en mi cabeza
y pienso que crecer
es sobrevivir a la extinción de ciertos veranos
los veranos, como los amores,
mueren sin hacer ruido
solo dejan olor a tierra caliente
y una nostalgia que fermenta lento
como la fruta olvidada en la mesa.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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