El frío y el blanco se alejan con paciencia.
Bajo el advenimiento de las luces y las flores,
irrumpe por primera vez en mi conciencia
el vago recuerdo del último de los temblores.
Desde que los ciegos pasillos nos cruzaron
ha huido de mi carne el estremecimiento
y en mi mente herida tus caricias borraron
la angustia y el duelo que ahora siento.
El sueño del último temblor rememora
el silencio sepulcral y el día infame
que perduran bajo toda luz y toda hora
y no me dejarán aunque yo te ame.
Oscilo entre la ilusión de los nuevos días
y la inevitable resignación y el lamento:
saber que el círculo no perdona las agonías
y el hoy es misteriosamente breve y lento.
Entre el alba y la noche recibo hasta mi muerte
el amor y el dolor al que se me ha destinado
porque acepto la dicha, el terror y la suerte
como un rey que en el exilio fue coronado.
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