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    presente/ausente

    zoe

    Abr 3, 2025

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    Una señora voluminosa tocaba fuerte la campana, aquel ruido me aturdía demasiado debido a su ubicación, justo al lado de mi aula, justo al lado de mi banco, tan cerca y tan pesada. Eran las cinco menos diez. Tenía que guardar mis cosas. Mis compañeros comenzaban a conversar entre ellos y yo trataba de cumplir con mi tarea lo más lento posible así no me sobraba tiempo, así no pasaba rápido el tiempo. 


    Me abrigaba bien, tenía todo lo tejido por mi abuela cuando aún seguía conmigo: guantes sin dedos, bufanda larga con flecos (la cual daba tres vueltas en mi cuello y colgaba hasta mi ombligo), polainas. Era mayo, se acercaba el día de la patria y con él ese frío que congelaba el pasto fuera de casa. 


    Cuando llegaba mi turno en la fila y la maestra me daba un beso en la cabeza y me soltaba el brazo, comenzaba mi camino a casa. Volvía sola, mamá ya no venía a buscarme. 10 eran las cuadras que separaban casa de mi escuela, 15 eran las que caminaba. 


    Iba a paso lento, siempre que observaba algún gato me detenía a acariciarlo, siempre que observaba un perro me cruzaba de vereda. Pisaba las hojas secas que acumulaban los vecinos para quemar al borde del cordón, tocaba los árboles y cortaba las flores lindas solo para dejarlas caer algunos pasos más adelantes.


    El cielo a esa hora siempre era de un color azul oscuro ya, el sol no daba de tan frente y mi nariz ya estaba roja. Pensaba en la tarea, otras veces en que tenía hambre y quería llegar a casa a comer pan con dulce de leche y mate cocido y otras veces imaginaba otra vida.


    Solía recordar los días de diciembre donde estaba en la casa de mis primas. Corría entre sábanas de dos plazas colgadas en su patio, estaban tan estiradas que parecían muros suaves y blandos. Nos escondíamos entre paredes blancas con rosas y nuestras risas sonaban fuerte en toda la cuadra, pero no nos importaba. Imaginaba que estaba corriendo con ellas, que hacíamos burbujas de jabón para lavar platos, imaginaba que íbamos a la playa a juntar piedritas y meternos al mar, lejos de casa. Pero me invadía un sentimiento de culpa. 


    Recordaba que todas las vacaciones que había pasado con mis primas, mamá llamaba por teléfono a las 6 de la tarde, todos los días. Le contaba mi día y cuando nos invadía un silencio sabía que mamá lloraba del otro lado de la línea.


    “Te extraño mami.” Me decía mamá.


    “Yo también mamá.” No era cierto, en realidad, me pesaba tener que atender todos los días la misma llamada y oír sus llantos, quería estar lejos de sus lágrimas pero parecían seguirme hasta kilómetros lejos de su sombra. El micrófono del teléfono de línea comenzaba a gotear agua salada cada vez que su voz sonaba en el auricular. 


    Sabía que las mamás no lloraban en frente de sus hijas, mi tía jamás dejó que sus ojos humedecieran su rostro, su mantel desgastado o sus manos arrugadas por su delgadez. Su cuerpo suave sólo levantaba la voz cuando alguna de nosotras hacía algo que no teníamos que hacer, y su ceño solo duraba fruncido unos minutos.


    Las manos de mi tía acariciaban el rostro de mis primas, tiraba de su pelo únicamente cuando lo peinaba y siempre se disculpaba dando besos en la cabecita de la afectada. 


    Mi tía servía la comida calentita, aún en verano. Cocinaba para nosotras y comía, mi tía no miraba con angustia su plato lleno, ella lo comía tranquila mientras nos escuchaba hablar. 


    Nos callaba solamente cuando la noche ya estaba muy entrada o cuando era la hora de la siesta. “Piensen en los vecinos.” nos decía y esbozaba una sonrisa. 


    Me decía te quiero, me llamaba amor, cielo, corazón no sólo cuando estaba lejos de ella. Estiraba sus brazos para abrazarme cuando mi labio comenzaba a temblar de angustia. 


    Sabía que mamá no era como la tía, sabía que mamá era distinta, no sabía por qué, si ambas habían perdido lo mismo, pero ya estaba acostumbrada a la comida fría, a las luces apagadas de noche, a los muebles con polvo de su casa, a la ausencia en presencia de ella. 


    Ojalá la casa no sea de color azul por los atardeceres, ojalá la luz del sol tiñera nuestras ventanas y poder jugar con la sombra de las cortinas de encaje, que la música suene en el living y bailar y hacerla reír.


    “Ojalá mamá fuera distinta.” pensaba cuando colocaba la llave en la boca de la puerta y suspiraba fuerte.

    zoe

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