Los recuerdos que tengo se desvanecen como arena en las palmas de mis manos a medida que pasa el tiempo. A veces creo, ciertamente, en que las memorias del ser humano probablemente se traten de relojes de arena puestos en marcha en el momento que intentamos dar un paso al frente: el tiempo es oro y una vez olvidado algo, no hay manera de volver atrás.
Mientras más intento, menos me es posible encontrar las respuestas y los por qué a más de una cuestión.
Me siento a esperar y son los segundos que se hacen horas y las mismas se llenan de angustia, de pena, de quejas que no me llevan a ningún lado. Sin embargo, ya me aparté a un lado. De hecho, tus actos hicieron que termine de ser una piedra en tu camino.
A día de hoy me encuentro divagando dentro de mí si alucino.
Los sueños que me vi obligada a renunciar a merced de unos deseos estereotipados: mesas con personas de un mismo árbol genealógico, sangre compartida hecha amor, imágenes paternas puestas al lado de un altar.
Cuando menos lo pensé, estaba tirando tu imagen al suelo para hacerla pedazos.
Ahora soy los recuerdos inválidos de un extraño.
¿Qué significaba en tu vida en el momento que me viste?
¿No te enteraste? Mamá madruga a cuestionarse a sí misma desde que tengo uso de razón. A veces, por medio de palabrerío, me pregunta por respuestas inconclusas que solo las sabe una persona.
He encontrado cajones llenos de alusiones repletas de nada y polvo. Sin embargo, interrogo si alguna vez fui la razón por la cual te despertaste asustado, preguntándote por mí.
Apareces y te observo con los ojos abiertos de par en par.
¿Debería haber lágrimas borbotándome de los ojos?
¿Debería estar gritándote hasta romper los cristales?
Lo hubiese hecho sin dudar un segundo en un pasado. Ahora solo pienso que es una pérdida de tiempo. Porque, así como desapareciste, yo retomo la guía y me voy a colorear grises que cometiste.
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