Habitaba ruinas, no cuerpos.
Dormía en el hueco tibio
que deja el amor cuando se fuga.
Me vestía de mí,
pero nada quedaba debajo.
El tiempo me pasó por encima
como un tren sin estación.
Cada día era una herida
que no terminaba de curar,
una vigilia con la voz rasgada
y la esperanza envuelta en formol.
Probé olvidarlo todo.
Pero el olvido no me quiere olvidar,
y el recuerdo me besa
con los dientes apretados.
Ya no lloro.
Ya no tiemblo.
Ya ni siquiera duermo.
Soy una idea que no llegó a ser más que idea,
una promesa podrida bajo la lengua,
una flor que se marchitó
antes de que llegara la primavera.
Y aun así, sigo.
Sigo sin saber por qué.
Sigo como siguen los trenes rotos:
vacíos, sin destino,
repitiendo las mismas vías.
Porque nunca fui más que esto,
carne putrefacta cansada de habitar
un corazón afligido.
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