La celebración es para ustedes

Tal vez otra fiesta se haya dado en simultáneo, en otro tiempo. Tal vez la noche traía las estrellas y eso, simplemente eso, era maravilloso.

Quizá a nadie le importaba la música, lo importante era que siguiese sonando, para bailar o para burlarse de ella. Sólo importaba que la muerte era inminente, y se encontraban excusas en los equinoccios y en los solsticios para seguir festejando que la vida seguía siendo así, porque la muerte estaba cada día más cerca y había que alejarla, prenderla fuego en torres de paja.

O tal vez no era la muerte el problema, quizá el problema era que Dios no contemplase en su reino la belleza del nuestro, la maravilla que nos dio como hogar. Y no necesitábamos otra vida porque nos sabíamos inmortales en cada celebración de fuego, en cada sueño, en nuestras manos juntas, en los bailes de las mujeres al ritmo de la hoguera crepitando, en cada día que amanecía con el olor del pan, en cada año que comenzaba con la cosecha dorada y el hambre inmensa.

Tal vez, nomás, las cosas eran hermosas, los campos eran extensos, los chistes graciosos y la fiesta eterna, los bosques oscuros, el mundo inabarcable. Y uno sólo le temía al silencio de la voz y a los ojos cerrándose, al relato sobre la belleza inexplicable desvaneciéndose en un legado que no lo puede oír, a la certeza irrevocable de que morir era perderlos a ustedes, cerrar el alma y no sentirlos más; y así, de repente, el fin del juego.