Me pregunto si, en tu ciudad...
el sol siempre se pone sobre el mismo edificio,
el viento aúlla con el mismo frío y sonido,
y los adoquines que pisas son, cada día, los mismos.
Me pregunto si se te arruga la piel en solo un lado de la cara,
y, frente al espejo del baño, empiezas a afeitar prematuras canas.
Me pregunto si tu propia colonia ya no te huele a nada,
y si comes, cada día de la semana, los mismos platos,
insulsos,
en el mismo orden y disgusto,
que la anterior semana.
Pero, cuando te visito, me quedo perplejo: ¿cómo estás tan triste aquí?
Si yo solo veo brillo en el mar de Portugal,
solo veo adoquines de oro y saboreo brisa marina,
degusto los mejores platos y te beso con la mayor pasión,
la pasión de cuando éramos jóvenes.
Quizás ese es el secreto:
tú has envejecido en la ciudad del recuerdo,
y yo
te visito muy de vez en cuando.
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