Admirando la grandeza inconmensurable
de los picos de droga del sur
recuerdo tus ojos negros montañosos,
turbulentos por un Deseo que,
igual a estos gigantes,
me reuye, no me contiene,
jamás lo hará.
Ni la sombra rosacea del sol
detrás de La Ventosa
casi abominable
se compara
con el extravío de tu tacto suspendido
en mi llanura impía, lustrosa.
Solo queda el sueño.
Donde un Diablo azucarado me muestra
cerezos pintados en lápiz acuarelable.
Donde vos sos ese caballero
tan bien pulido y arreglado
hasta casi no te reconozco.
Los ojos son los mismos, no hay otra.
Humeante el sabor de casi tener
un souvenir de carne
de la noche en la que
un desliz no nos cambió la vida.
Certera la desición de no repetirnos,
mi querida fruta prohibida,
mi dulce manjar amable
y ausente de cualquier real cariño.
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