¿Te digo algo, Serena? Ya no me gusta tanto habitar en esta piel. Esta carne que fue mi refugio. Mis manos, mis dedos; todo de mí lo he dejado en ti. Y ya no le encuentro el gusto desde que te fuiste. Siento que soy ajeno a mi cuerpo, porque no hay ninguna parte de él que no te haya sentido tan nuestro, que alguna vez llegué a creer que era sincero.
¿De casualidad has sucumbido a este sentir?
Ni siquiera puedo mirar a mis amigos a la cara, no encuentro las fuerzas para hablarle a nadie porque me avergüenzo. Estoy apenado de haberles hecho participe de todo, hasta de mi ternura inagotable hacia ti. Tanto que ninguno puede negar que alguna vez sonreí al pensarte. Nadie puede negar que nunca me cansaba de pronunciar tu nombre.
Al menos a mí me duele y todos los días me lastimo con una duda más.
¿Por qué a mí?
¿Por qué yo, si te amé tanto?
Quiero desaparecer de la memoria de todas las personas que alguna vez supieron que te amé. Quiero desaparecer del mundo, renacer en un nuevo cuerpo. Y hay veces como esta en que no solo lo deseo, lo anhelo; ansío dejar de pensarte, me muero por dejar de sentirte en todas partes y que las huellas de tus dedos sobre mi piel me duelan.
Porque sé que soy solo yo. Siempre fui yo solo en este amor tan inmenso que por largos meses, pensé, que sentimos los dos. Soy yo abandonado aquí, en las ruinas de mi vida desbordando tus recuerdos y atormentado por esa risa que tanto me encantaba escuchar.
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