Te preguntas, ¿por qué te quise?
Porque sin conocerlo, lo viste a él.
Quien aún no suelta el timón.
Aunque escuche cómo los peces cantan todos sus nombres.
Aunque los cristales dancen en su pista de baile desidiosa.
Por más que el tiempo estruje sus pies
Y los gigantes le abracen robando su aire,
El viejo tozudo no se rinde.
Abriga su guarida con lo que nunca tuvo,
Asegurándose de que sus canes no pasen hambre.
Ni frío.
Adivina. Heredé su fuego y una gripe.
Te preguntas, ¿por qué te quise?
Porque sin conocerte, los vi a ellos.
Los fantasmas de mi ático se asomaron al hacer contacto con tus ojos
Bajo la claridad y el silencio.
Tomé tus manos dudosas y perfectas y deseé no haber soltado las suyas.
Te apreté con fuerza y pude oir sus gritos de auxilio.
Te regalé mi ternura y sentí que por fin podrían volver a la vida.
Pude respirar unas horas o meses. No recuerdo.
Controlé mis sentidos,
Viajé en el tiempo y el espacio,
Confié en que mi semilla había germinado.
Pero adivina. Nadie la había amamantado.
Te preguntas, ¿por qué te quise?
Porque sin conocerme, me reconociste.
No entendí cómo, pero me descubriste.
Me invitaste a tu hogar y me abrigaste sin cobrar
Bajé mi guardia a destellos y mis piernas no procuraste atar.
Me retiré confundida y con el éter circulando por mis venas.
Luego me enseñaste que aún hay peligro en el desembarco del rey.
Abriste mis ojos cuando sólo quería dormir.
Iluminaste un callejón oscuro, húmedo y familiar
Donde los cuervos vigilaban día y noche
A quienes osan soñar con libertad.
Y adivina. Sentí calma por primera vez.
Te preguntas, ¿aún te quiero?
Un acertijo que tendrás que resolver.
Tarde o temprano, ya no importa.
La madrugada cae junto a minúsculos glaciares.
Los relojes se detienen y siguen sonando.
Mi silueta disminuye cuando parpadeas.
El viento erosiona tu rostro.
Tú.
Oxidado.
Cansado.
Te enfrías.
Ahora, adivina.
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