Estoy enamorado del poder que desprenden tus ojos
y la fuerza de tus palabras que enmudecen lo divino.
Soy devoto del lugar donde pisan tus pies descalzos,
y profeso mis odas al aroma eterno de tu piel.
Se apacigua el torrente turbio de mi sangre
cada que tu voz profiere mi nombre
por ser delicada melodía y dulce fruto de un árbol que hace sombra en el desierto del silencio.
No soy diferente, soy uno más, con yerros
y tenue mortandad, pero admito, sin titubear,
que muero dos veces: una cuando te veo,
otra cuando te vas.
Mi castigo es recordarte; mi salvación es vivir en tu recuerdo.
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