Por mucho tiempo que pase

David.

Una caja con la hierba, un mate de calabaza, grabado con una cabeza de caballo, la bombilla y una casete de Alfredo Zitarrosa. Este fue su presente de Uruguay.

Desde que nos hicimos amigos, gracias a un buen amigo de ambos, nunca se olvidó de traerme algo a su regreso.

Él era un viajero.

Nunca fue un turista ni un dominguero. Iba al mundo para saborearlo, no para fotografiarse en él, no para poder decir que había estado allí.

Yo caminé a su lado en un rozar Francia, en del sur a Lisboa y dos veces en Marruecos. Paseos por el jardín de casa para él que era ave de más lejanos vuelos.

Se perdió una vez con quien nos presentó, mi querido Carlos, en la selva del Amazonas, en la que en el momento preciso el ángel de quienes no creen en ángeles apareció de entre el todo, les ofreció unas frutas (plátanos, creo) y volvió a perderse en donde nunca estuvo. Les salvó la vida, me contaron, y nunca supieron a quien dar las gracias.

El mate sí, eso me ha nacido este recuerdo.

No supe hacerme a la infusión, y, para no dejarlo perder, me lo fui fumando. Conservo, no podía ser de otro modo, el pequeño cuenco de calabaza y la bombilla plateada, y, de vez en cuando, vuelvo a escuchar a Zitarrosa. Nos presentó un amigo y amigo es desde entonces.

Aquí al lado tengo el último de sus regalos, un cuaderno de su viaje a Nepal. "El baile de las piedras".

Así comienza:

"... últimamente me suceden cosas muy extrañas. Anoche sin ir más lejos escuché la verdadera historia de ^Yes my brother^ contada por dos de sus cuatro protagonistas. A muy pocos viajeros les ha sido dado el privilegio de conocerla, por lo que me cuidaré muy mucho de que pueda caer en manos inapropiadas".

Amigo, sin creer que pueda ser aunque sé que sucedió con aquel ángel, ojalá sigas viajando y ojalá nos encontremos alguna vez en algún rincón del viento.

Te echo de menos.