Hay un momento, siempre llega, en que el silencio se convierte en enemigo, en que el aire pesa tanto que respirar parece un castigo.
Ahí estoy yo, en la penumbra de mí misma,
con cada recuerdo perforándome el pecho
como un cuchillo lento.
El silencio no es vacío, es un pozo profundo que recoge cada palabra que no dije, cada grito que me tragué.
Es la memoria de todas las veces que intenté ser fuerte y fallé, de cada lágrima que no cayó porque no me atreví a mostrarla.
Me enfrenta a mí misma, y no me gusta lo que veo.
El dolor no me abandona; es mi sombra,
mi compañero más fiel.
No me grita ni me reclama, simplemente está ahí, dormido bajo mi piel, esperando cualquier señal para despertarse.
Y cuando lo hace, me consume.
No importa cuántas capas me ponga,
siempre encuentra la forma de llegar a mí.
A veces me pregunto si es normal sentirse tan rota, si las personas a mi alrededor
también cargan con esta tormenta o si soy yo la única que naufraga en su propio ser.
Intento esconderlo, lo sé, me convierto en una actriz de mi propia vida. Pero en el silencio no hay escenarios, solo verdad.
Solo yo, frente al espejo.
Recuerdo esos días, cuando la risa era natural, cuando la esperanza me sostenía
y el futuro no daba miedo.
¿Cómo llegué hasta aquí? ¿En qué momento me convertí en esta colección de heridas mal cerradas?
Me lo pregunto cada noche,
pero las respuestas nunca llegan.
El silencio me ahoga. Me arrastra a lugares
donde no quiero estar, a rincones donde mi mente me atormenta con todo lo que he perdido, todo lo que he dejado atrás,
todo lo que nunca podré ser.
Y el dolor, mi viejo conocido, me abraza en esos momentos, sin palabras, sin piedad.
No sé si algún día esto cambiará, si el silencio será menos cruel, si el dolor se cansará de acompañarme. Pero por ahora sigo aquí, arrastrándome cuando no puedo caminar, respirando aunque me duela cada respiro.
Es extraño cómo, a pesar de todo, algo en mí se niega a rendirse. Quizás es el miedo,
o quizás es que, en el fondo, quiero encontrar algo más allá de esto.
El silencio es mi cárcel, pero también mi refugio. El dolor es mi verdugo, pero también mi maestro. Y entre ambos, estoy yo: cansada, rota, pero viva.
Aunque no siempre quiera estarlo.

Onírico
Soy el lector omnisciente que teje historias en la penumbra de los sueños, donde todo se revela sin palabras, solo en miradas y silencios.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión