Por la Gracia de Dios.
Mar 4, 2025
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Coronas y mierda.
Veo algunas ficciones de monarquías e incluso documentales de Trastámaras, Tudores, Bolenas, Austrias, Borbones, etc; tanto en lo guionizado, basado más o menos en hechos reales, como en lo que se supone compuesto a partir de la historia conocida, no encuentro una sola mención al Pueblo, una sola decisión encaminada a mejorar la vida de los súbditos, un solo acto con la mira puesta en la gente que trabaja la tierra y hace el pan. Todo en las cortes son confabulaciones encaminadas a conservar el Poder, a perpetuar el linaje, a enriquecerse, a medrar entre la aristocracia, a imponerse a otros reyes o al mismo Papa.
De modo natural, sin un atisbo de otra preocupación que no sea la de sus particulares asuntos, las casas reales, todas, viven al margen de los Pueblos a los que exprimen y muy injustamente tratan.
Acaso se pinta con alguna intención buena al brevísimo Luis I, el segundo Borbón. Y, a ese, le hacen el mismo caso que al porquero de las cuadras. Y se ríen de ese buenismo tan ingenuo.
Siglos y siglos de eso.
Reyes y nobles moviéndose en un tablero de poder que solo ellos dominan y que apenas roza, salvo para aplastar o exprimir, a quienes realmente sostienen el mundo.
Las crónicas de la historia oficial rara vez miran hacia abajo, y cuando miran, es porque del Pueblo necesitan algo. Los súbditos, los campesinos, los artesanos, los soldados rasos, las mujeres invisibles… todos son ruido de fondo en la gran narración de las coronas. Si aparecen, es en notas al margen, como turbas alborotadas, como “el pueblo” en abstracto, apenas una masa sin nombre que sufre hambrunas, paga impuestos, muere en guerras o, de cuando en cuando, se amotina y es aplastada.
Las cortes siempre han sido nidos de ambiciones personales, donde las alianzas y traiciones se suceden sin que nunca cambie lo esencial: que el poder y la riqueza quedan en las mismas manos. No importan los nombres, las dinastías, los estilos de gobierno; el pueblo sigue siendo siervo, peón, recurso explotable.
Y así hasta hoy, con otras formas, con otras maneras de disfrazar la misma desigualdad.
Y la noria sigue su girar.
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