Un día un hombre frustrado tomó una drástica decisión. Consiguió un rifle con mira y comenzó a dispararle a los peatones desde una azotea. Estudiantes, embarazadas, jubilados, discapacitados, funcionarios, fueron desplomándose como las latas de cervezas con las que había afinado su puntería. “Lo hice por amor al arte” fueron las únicas palabras que pronunció frente al juez, antes de conocer la sentencia. Había conseguido que su nombre estuviera en cada diario, en cada revista, en cada portal de noticias. De esa manera, todas las editoriales se abalanzaron cual palomas hacia su sombra, incluso aquellas que siempre le respondieron que no estaban recibiendo nuevos manuscritos y las que directamente ignoraban sus solicitudes. Por fin publicaría su preciada colección de poemas.
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