¡Para! Dejalo en pausa acá.
Justo en este momento, que el piso me es tan ajeno.
La gravedad se ve tan normal todo el tiempo... ahí.
El acorde solemne y ensordecedor gesticula un manifiesto a la salvajía.
El bombo desciende por una cascada, anunciando el impacto.
Los ojos de mis otros yo se encuentran en ese círculo,
enrojecidos y brillantes, develando el color del alma.
Una olla hirviendo, una costumbre ancestral,
nos atrae al centro y nos choca de frente contra todo.
Saltás, moviendo la tapa, y vuelca la espuma.
Humos de colores, vapores de euforia.
Grita y se agolpa el verso en el estribo.
Grita el corazón, en realidad.
Yo me quedé sin voz hace un rato.
“Locos de atar”, quizás opines.
¡Qué más razonable negocio y sacrificio!
Comienza el descenso y la gravedad sonríe vengativa.
Sabe que me atrapa a donde vaya.
Solo se ríe al verme jugar como un nene.
Rotos y sucios, zombies del zamba salen a cazar algún panchito.
Con el alma nueva y el cuerpo devastado,
siguen coreando eternamente, manijas.
Qué bendición volver a ver mis calles por las ventanas del avión.
Seguro me cuidaste, con tu cara en la esquina.
Pensar como el pogo y el pago...
Solo vengo a pensar en la próxima que me quiero ir.
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Damaso
Reside en la eternidad y su reinado vive cuando los relojes mueren. Despiertan los predestinados a ser lo fuera de lo normal por poseer el don de ser portador del bello milagro.
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