En esta casa
tu nombre es un vaso roto.
Te pronuncio despacio,
como quien lame una herida que ya no sangra
pero igual escuece.
Viniste una vez —tal vez dos—
a dejar tu sombra en la puerta,
esa sombra cansada que olía a perfume ajeno
y a domingo sin abrazos.
Te fuiste antes de enseñarme
que los hombres también lloran,
que el amor no se reparte como pan duro
en mesas distintas.
Ahora sé que vivís en otra foto,
donde sonreís entero,
donde alguien te llama papá
sin que se le quiebre la voz.
Y yo,
que heredé tu silencio,
aprendí a hacer del abandono
una forma delicada de arte.
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