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Poema en prosa de un Zombie enamorado

Jul 19, 2025

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Poema en prosa de un Zombie enamorado
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Me desperté un martes a las siete con la sonrisa de un zombie y el corazón hecho confeti,
porque a los quince uno cree que el mundo se arregla con un beso… y a mí me venía sin pilas.
Tenía tu nombre tatuado en el cuaderno –retoque artesanal con birome y mucho entusiasmo–
y mi mamá juraba que eso era arte… o vandalismo escolar, según el tono de su voz.

Te vi en el recreo con esa mirada de influencer de los ’2000,
mientras yo tropezaba con el cordón del zapato y salvaba mi dignidad por un centímetro.
“Ella me va a hablar”, me dije con la seguridad de un general que no ha visto la trinchera,
y terminé saludándote como saludo a mi abuela: con un “¡hola!” demasiado estruendoso.

Armé castillos de ilusión en la mesa de Ciencias,
hasta que la profe, con estilo digno de una estatua griega, me pidió que bajara el “ruido emocional”.
Mis versos de amor quedaron reducidos a borradores encriptados
–o sea, garabatos ininteligibles que ni yo sé qué decía–.

Y llegó el gran cierre de temporada: tu “adiós” llegó en forma de emoji de pulgar hacia abajo.
Por un segundo pensé en responder con el de fuego, pero no quería parecer demasiado épico.
Así que me quedé estudiando la pantalla, esperando que tu dedo se retractara…
pero no, vos ya habías pasado a Instagram y yo ni sabía cómo se ponía canción de fondo.

De pronto, el desamor adolescente se volvió mi nuevo pasatiempo favorito,
más adictivo que TikTok y más dramático que cualquier culebrón.
Cada lágrima era un globo de helio que me elevaba de la realidad –y de la vergüenza ajena–,
y cada suspiro sonaba como bocina de colectivo en hora pico.

Pero aprendí algo importante:
que el corazón es un gato caprichoso,
que a veces corre hacia la ventana y otras, se queda dormido en tu regazo…
y que lo mejor es dejarlo maullar a sus anchas
hasta que encuentre otra ventana por la cual saltar.

Así que cierro este capítulo con una sonrisa y un “gracias por los cachetazos emocionales”,
porque ahora sé que ser el protagonista de mi propio culebrón
es mucho más divertido que sentarse a ver el tuyo desde la grada.


Giovanni Battista Manassero

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