Os amáis.
Marchaos de la mano, arraigados con fuerza.
Toma ese barco y iza las velas.
Huye. Corre. Vete.
Vete y no mires atrás,
no tengas ni un segundo de duda.
Ni se te ocurra naufragar.
Porque en el mismo instante en que hagas el gesto de ahogarte,
abriré los mares y te llevaré a tierra firme,
como un profeta mesiánico.
Perdeos en el horizonte,
perdeos hasta no ser más que una gaviota en el cielo.
Hasta no ser más que un grano de sal en el mar,
hasta llegar al límite entre el mar y el cielo.
Amar es dejar ir.
Y así, dejo ir mis lágrimas.
Crudas y saladas. Como el agua del mar.
Izo el pañuelo blanco en señal de rendición.
No quiero saber si terminas nadando con las sirenas,
tampoco quiero saber si llegas a la India prometida.
Nada más crudo y salado que la incertidumbre.
Nada más liberador que la incertidumbre.
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