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Digo Hola y me escucho hablar como si fuera ajena

la voz que sale de mi garganta parece no ser mia

pero me la apropio.

La sed si me pertenece.

Hago de cuenta:

como si no lo sintiera y continuo riendo.

El llanto que brota de la conmocion genuina,

como un claro que flota de repente en el pecho adentro,

como un cantaro que resuena hueco, vacio

con la promesa de ser llenado,

tambien produce sed.

Desarma y sangra, dice la canción.

Lo que se descoce, se desanuda y anda colgando un tiempo,

tambien llora. Un tiempo.

Gotas que se conjugan en un ulular desesperado.

No desesperado, esperanzado.

Lo que no existe lo inventamos,

el deber ser,

aunque ya no más.

El proceso por botar los hongos de la cocina

que me provocaron un asma aturdidor

que me hizo achicarme hasta entrar dentro de la alacena.

Ya no más.

El miedo por escupir el fibron que tengo atorado en la muela

que me provoco una disfonia precoz

que me hizo revolcarme en el suelo con la mitad de la cara.

Ya no más.

La incertidumbre de apostar un cuerpo que se incandila

que me provoco cerrar los ojos tantas veces

que me hizo dar la espalda al llamado.

A ese vacio lo nombro Deseo, le abro la puerta para ir a jugar,

tiro la piña en otra direccion y le hago la vida al amor, o el amor a la vida,

cualquiera de los dos sirve.

Rocío Giménez Ferradás

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