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¿Podemos seguir siendo amigos?
Alex y Fátima, pareja de 3 años. Invierno, afueras de la ciudad, parque en el que se conocieron.
Ella quedó en silencio después de decir aquellas palabras que eran una sentencia para lo que tenían. No había más que hacer o decir, así que soltó sus manos y lentamente se fue acercando hacia él. Lo abrazó, pegando su cabeza en su pecho, como miles de veces lo había hecho, pero esta vez sabía que era diferente. No era un abrazo lleno de cariño, sino de despedida. Despedida de todo un futuro juntos, despedida de todo el amor que se tenían.
Cuando él escuchó todo lo que ella tenía que decirle, quedó mudo, totalmente inmóvil, con un silencio que era extraño en él. Su mente iba a mil por minuto, tratando de encontrar una solución, pero al mismo tiempo no podía evitar recordar todo su tiempo juntos, como una película que nunca más volvería a ver. Su película favorita.
Por un momento, por una fracción de segundo, quiso rogarle, quiso implorar que se quedara, que podían arreglarlo, que encontrarían una forma de hacer que funcionara, que las cosas no tenían por qué terminar. Se vio de rodillas llorando, pidiendo una oportunidad para arreglar las cosas. Pero al ver sus ojos con aquella certeza que la caracterizaba, supo que no había nada que pudiera hacer. Entendió la situación, soltando un suspiro como quien se ha dado por vencido.
Ella, al no obtener respuesta y no sentir reacción de ese abrazo, lo volteó a ver.
—No me mires con esos ojos —dijo él, pudiendo apenas pronunciar esas palabras.
—¿A qué ojos te refieres? —respondió ella.
—Esos ojos a los que sabes que no puedo decirles que no —dijo él, con lágrimas en los ojos y una voz que apenas se podía escuchar.
Ella esbozó una sonrisa con ternura, la clase de sonrisa que sabe que él tiene razón. Y probablemente era lo que más le dolía, que él tuviera razón, porque aunque sabía que tenía que marcharse, en el fondo de su corazón aborrecía esa decisión. Sabía que estaban destinados a estar juntos, eran el uno para el otro, como si fueran dos almas partidas a la mitad y separadas al nacer. Pero su realidad los fue moldeando, haciendo que sus diferencias fueran más grandes con el tiempo y, por lo mismo, la causa de su separación.
Él, por su parte, sabía que lo que decía era verdad. No podía ver esos ojos y concederle todo lo que ellos pidiesen, incluso si eso era su separación. Esos ojos que eran su adoración, que podían pedirle el mundo entero y él se lo daría. Viajaría por todo el mundo solo buscando la más bella de las rosas para ella. Pero que le pidiera esto era pedirle que se arrojara al vasto e inmenso espacio para no regresar, que se atara a un ancla y se arrojara al mar. Básicamente, lo que le pedía ella era que dejara de vivir.
Pero a final de cuentas ya todo estaba decidido. Todo lo que habían vivido, todo lo que había sucedido... sabían que no podían seguir así. Sabían que si seguían adelante terminarían odiándose, y no era algo que estuvieran dispuestos a hacer. No había nada que pudieran hacer para cambiar las cosas. Se amaban profunda y alocadamente, pero eso no resolvería nada, solo lo hacía más doloroso.
Cada uno trató de resolver las cosas a su manera, pero solo complicaron y volvieron más dolorosas las cosas. Parecía que solo apresuraron un futuro que era inevitable. Todas sus decisiones los habían llevado por ese camino, por más que trataron de evitarlo. Era algo que iba a suceder, solo lo habían postergado durante meses, pero al fin decidieron afrontar la situación.
—Sabes que siempre me gustó como se te ve tu nariz con este frío —dijo él.
Ella solo rio.
—Sabes que esto no significa que te ame menos o que te haya dejado de amar, solo que todo lo que ha pasa—
Con toda la delicadeza y dulzura del mundo, besó su frente. Ella sabía que era su manera de decirle que todo iba a estar bien.
—Lo sé, lo sé bien, no hace falta que me lo digas —dijo él mientras la veía fijamente, como si fuera la primera vez que la veía. Admirando su belleza, apreciando cada detalle que amaba de ella, repasándolo en su mente para que quedara grabado en su memoria, para que por más de mil años que pasaran no pudiera olvidarlo. Sabía que era la última vez que la iba a poder ver así, que no tendría otra oportunidad para apreciarla como en aquel momento.
Ambos se separaron y ella dijo, como esperanza de que no desapareciera de su vida, aferrándose aún a él, no queriendo separarse del todo:
—¿Podemos seguir siendo amigos?
—No... Con todo este amor que te tengo, no podría ser tu amigo, porque me estarías pidiendo que me tragara estos sentimientos que tengo por ti, que hiciera como si no existieran. No puedo estar cerca y no amarte como lo hago ahora. Sería una tortura para mí estar cerca de ti y no demostrarte cuánto te amo, que me muero por ti, estaría arrastrando una esperanza de que volvamos a estar juntos, que con el paso del tiempo volvamos a lo que una vez tuvimos. Sería no soltarte en su totalidad, sería aferrarme a un corazón que ya no me pertenece. Así que creo que lo mejor para los dos es que no.
—Está bien, lo entiendo.
Esas palabras eran un puñal en su corazón, porque sabía que tenía razón y que eso entonces era una despedida definitiva.
Se dieron un último beso, y en aquel beso vivió y murió todo lo que alguna vez tuvieron.
—¿Sabes que siempre te voy a amar?
Ella asintió. Ya no le salían las palabras.
Se separaron y antes de marcharse, cruzaron miradas por última vez, con una lágrima a punto de salir en ambos, y solo pudieron sonreír como la primera vez que se vieron.
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