
Siento las manos hundidas en el barro. El aliento frío pasa a través de mi garganta. Me duele.
Tengo los ojos cansados de tanto llorar. He gastado todas mis palabras, se fueron en largos rezos, se perdieron en oraciones, durante siglos pidiendo, implorando, suplicando.
Pero Él se mantiene silencioso, inflexible, callado.
Cierro los ojos, siento su ser sobre mí, su mirada llena de vergüenza, de lástima, pero amenazante, peligrosa, como las nubes de tormenta que presagian la destruccion.
¿Acaso sabra cómo su hijo clama por perdón?
Estoy cansado de tener la cabeza agachada. Tengo las rodillas lastimadas, apenas me sostienen, tengo los brazos temblorosos. Mis lagrimas saladas se funden con la tierra.
Levanto la cabeza una vez más.
El cielo es como un océano enorme, infinito, que cuelga sobre mi cabeza. Ansío con cada fragmento de mi ser sumergirme en sus aguas.
Sigo mirando el cielo.
Y salto.

Me elevo en el aire, siento el viento golpeando mi rostro. Mis lágrimas se arrancan de mi cara, estiro mi cuerpo, cada músculo, cada articulación, hasta la punta de mis dedos. Busco cada centímetro que pueda usar para llegar otra vez.
El océano frente a mis ojos cambia lentamente
Despliego las alas que me sostienen. Mi suspiro se pierde en el viento.
Atravieso las nubes. El firmamento se presenta.
Mi corazón se desvanece, tragado por las entrañas de la oscuridad. Vacio.
La nada angustiosa, penosa, como quien abre un cofre esperando un tesoro para hallar, en cambio, solo decepción.
Despierto otra vez en el suelo.

Rompo a llorar otra vez.
Se me ha negado estar en su presencia. Me duele el cuerpo, me duele el alma, me duele hasta aquello que no puedo nombrar. Me duele cada latido de mi corazón.
Yo, que poseía la libertad de estar frente a su trono, que estuve presente cuando forjo esta prisión en la que estoy confinado, donde fui arrojado con la violencia de un rayo, lejos de todo.
Una vez más.
Me levanto. Tal vez no pueda aguantar más. Aunque no sepa cuanto pueda resistir. Tal vez un intento mas. Hay plumas negras a mi alrededor. Me pesa la respiración. Estoy cansado. Empiezo a sentir la corriente de la resignación, el sabor metálico de la sangre en mi boca mezclandose con el amargor de la derrota, con la decepción, con la creciente raíz del temor.
Me quedaré atrapado aquí, en el polvo, en la tierra, con el peso de mi pecado encadenado a mis pies, como grilletes
Sigo mirando el cielo.
Tengo una última plegaria.
Una ultima vez.
Salto.

Cierro los ojos. El viento me invade. No puedo escuchar nada. Estoy absorbido en elevarme junto con esta plegaria.
Recuerdo la calidez de su mirada, el infinito amor de su tacto.
Señor, permíteme volver a ser digno de estar en tu presencia, aunque sea a la distancia, aunque jamás pueda dirigirme a Ti.
No es mi pecado más pesado que mi culpa; sino el arrepentimiento que me impulsa a gastar todas mis posibilidades.
Estiro todo mi cuerpo, hasta la punta de los dedos. Elevo mi plegaria con todo el fervor de mi corazón.
Más plumas negras se desprenden de mis alas gastadas, heridas, dañadas, que se esfuerzan una última vez, danzar entre las nubes.
Si fallo, será una caída eterna que me romperá en pedazos, pero estaré aliviado de que al menos tendre un final.


Un nuevo camino finalmente se abrirá.
Tenga exito o no.
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