Plástica

Plástica.

Reposa sobre el estante oxidado del supermercado.Muñeca quejumbrosa. Una caja la resguarda de los juegos infantiles. Un plástico ideal para romper. Lista para ser enviada al centro de reparación de muñecas rotas.

Dentro del pasillo rosa los niños la desdeñan, pero igual la miran. Las niñas pasan, la ven y recuerdan la omnipotencia del plástico. No lo dudan, la agarran. La cuidan como un amuleto.

Uno de estos días, su tuno finalmente llegó: un niño intrépido se acercó asombrado por la perfección del material en cuanto a la solidez de las articulaciones y las gestualidades que presentaba la muñeca. —El juguete ideal para romper—pensó para si—. La compró y la llevó a su casa con la caja escondida debajo del brazo.

Más tarde, cumplió con su promesa: costuras de vestidos rosas esparcidos por el piso de madera, en un cuarto que aguarda en las tinieblas de la casa—un simple hogar de una familia clase media, no hay mucho que explicar al respecto—.

En la soledad de su habitación, el jovencito, procedió a torcer las articulaciones plásticas de la barbie como si fuera una masa. Por supuesto que el cuerpo no cedía; lo enfureció horrores. ¿Existe la posibilidad de que un niño entienda que no todos los juguetes son rectos? —Las nuevas barbies también vienen articuladas —. No pareció este ser el caso.

Aunque crujiente, la muñeca insistía en mantenerse firme. En el imaginario lúdico uno se imagina a la pobre plástica incómoda entre tanto manoseo y el tortuoso amasar. —Pero ella es de plástico, no siente—se repetía a si mismo el travieso;quien bajo la mirada perversa sabía que aquel juego no era más que una reprimenda contra la ahora desnuda y desmenuzada muñeca por no haber cedido ante su juego. Si, lo logró, la ha roto. Ahora solo es una cabeza y sus articulaciones restantes que duermen separadas en el suelo. Inmutado, el joven desapareció fugazmente de la escena del crimen plástico.