Era una tarde de verano humeda y gris. Ella lo estaba esperando a unas cuadras de su casa.
Vio una Margarita que brotaba entre las baldosas de la vereda y tardò solo segundos en desarmarla. Al arrancar el ultimo petalo: Nada.
Aun lo seguía esperando. Y le hubiera discutido a cada flor. Y se hubiera quedado aunque arrancara la lluvia.
Pero se acordò de la ropa tendida: un par de medias, un vestido y un conjunto de ropa interior vestian a una mujer invisble cuyo cuerpo en el patio se reunia y desdibujaba con el viento. Y se podia enfermar.
Solo ella escuchaba el golpe de su paso en esa calle vacia. Abriò y cerrò el porton con torpeza, embarro el piso al atraverzar la casa. Y entre la llovizna y la luz pimienta, el cielo volvió a encontrarla en el ese jardín de 3x5, sobre la tierra que se ablandaba. Y al vestido rojo que nunca usó-
Ella se frizo al tocarlo.
Se quedo muy quieta, tanto que la hubieran confundido con una estatua. Se fue dejando sentir la gravedad que la empujaba. Y se fue clavando, lento en el suelo, por los tacones. Hasta quedar por fin plantada.
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